—Aquí uno se siente un poco encerrado, demos un paseo.
—Son las cuatro de la madrugada, dar un paseo ahora me parece de locos, si no te importa.
—Bueno, si necesitas una excusa... Hay una panadería en la esquina y es muy probable que pronto esté abierta. Así no seremos dos locos; sólo dos personas que adoran los bollos calientes.
Voy a ir al grano, nada de miramientos: Cuento historias, reales o no, ficticias o vividas por mí misma, imaginadas al detalle o captadas con mis cinco sentidos. Pero siguen siendo historias. Dales poca o mucha importancia, pero no te olvides de dejarme relámpagos.
jueves, 29 de diciembre de 2011
viernes, 9 de diciembre de 2011
Three months and so.
Todavía me acuerdo del día que llegué a Torquay por primera
vez, hace ya más de tres meses.
Estuve toda la víspera (tampoco muy larga; solo cuatro
horas) hablando con F de la única forma que nos sería posible hablar tras mi
partida; de ordenador a ordenador. Estaba tumbada en la cama y él sentado en su
silla cuando mi padre, que iba en albornoz, tocó la puerta de mi habitación a
las cuatro de la mañana para despertarme y decirme que nos iríamos en una hora
hacia el aeropuerto.
Me despedí de F, y me pegué una ducha bien fría para evitar
llorar y llegar tarde. Salimos de mi casa a las cinco, y llegamos al aeropuerto
sobre las siete y media.
Barajas por la mañana a principios de septiembre es fría y
oscura; recuerdo despertarme en el coche, ponerme las zapatillas y salir,
abrigo en mano, y tener tanto frío que ni me acordé de que lo llevaba, y
abriendo las manos me las llevé al torso para frotarlo, arrojando el abrigo al
suelo. Fue entonces cuando me desperté de verdad y lo recogí, esperando a que
mi padre cogiera las maletas y me diera las pequeñas.
Las llevamos al edificio y allí cogimos un carro y las
pusimos en él. Yo seguía teniendo frío, sueño y hambre, y no creo que me
estuviera dando cuenta de lo que hacía, a lo que me estaba acercando.
Ya dentro del aeropuerto, no hicimos nada especial salvo ir
de una a otra salida, confusos por lo que los megáfonos decían.
Cuando subimos al avión, apagué mi móvil español casi para
siempre y me eché a dormir.
Llegamos a Gatwick, Londre, y cambié la hora de mi reloj
nada más aterrizar. También cambié otras cosas sin darme cuenta de ello a penas
en el momento.
“Idioma: inglés”
“Vida: nueva”.
Alquilamos el coche, gracias a mi función de traductora (papá, si estás leyendo esto habrás de
admitir que no miento, no es que te esté quitando méritos), y mi padre se
puso a conducir, después de investigar cómo se arrancaba el coche durante más
de diez minutos por su testarudez de negarse a cualquier ayuda que el
dependiente había ofrecido, por “el lado contrario” de la carretera. Y yo, por
mi parte y como buena copilota, me eché a dormir otra vez.
Cuando, tras un descanso para comer, llegamos finalmente a
Torquay y a mi nueva “familia”, cogimos las maletas de nuevo y las llevamos a
mi nueva casa. Me despedí de mi padre y me metí en mi habitación.
Abrí el portátil y llamé a F.
De eso hace ya más de tres meses, aunque me hayan parecido
el cuádruple.
Esa noche me metí en la cama, pensé en a quién echaba ya de
menos y dormí, otra vez.
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