viernes, 9 de diciembre de 2011

Three months and so.

Todavía me acuerdo del día que llegué a Torquay por primera vez, hace ya más de tres meses.
Estuve toda la víspera (tampoco muy larga; solo cuatro horas) hablando con F de la única forma que nos sería posible hablar tras mi partida; de ordenador a ordenador. Estaba tumbada en la cama y él sentado en su silla cuando mi padre, que iba en albornoz, tocó la puerta de mi habitación a las cuatro de la mañana para despertarme y decirme que nos iríamos en una hora hacia el aeropuerto.
Me despedí de F, y me pegué una ducha bien fría para evitar llorar y llegar tarde. Salimos de mi casa a las cinco, y llegamos al aeropuerto sobre las siete y media.
Barajas por la mañana a principios de septiembre es fría y oscura; recuerdo despertarme en el coche, ponerme las zapatillas y salir, abrigo en mano, y tener tanto frío que ni me acordé de que lo llevaba, y abriendo las manos me las llevé al torso para frotarlo, arrojando el abrigo al suelo. Fue entonces cuando me desperté de verdad y lo recogí, esperando a que mi padre cogiera las maletas y me diera las pequeñas.
Las llevamos al edificio y allí cogimos un carro y las pusimos en él. Yo seguía teniendo frío, sueño y hambre, y no creo que me estuviera dando cuenta de lo que hacía, a lo que me estaba acercando.
Ya dentro del aeropuerto, no hicimos nada especial salvo ir de una a otra salida, confusos por lo que los megáfonos decían.
Cuando subimos al avión, apagué mi móvil español casi para siempre y me eché a dormir.
Llegamos a Gatwick, Londre, y cambié la hora de mi reloj nada más aterrizar. También cambié otras cosas sin darme cuenta de ello a penas en el momento.
“Idioma: inglés”
“Vida: nueva”.
Alquilamos el coche, gracias a mi función de traductora (papá, si estás leyendo esto habrás de admitir que no miento, no es que te esté quitando méritos), y mi padre se puso a conducir, después de investigar cómo se arrancaba el coche durante más de diez minutos por su testarudez de negarse a cualquier ayuda que el dependiente había ofrecido, por “el lado contrario” de la carretera. Y yo, por mi parte y como buena copilota, me eché a dormir otra vez.
Cuando, tras un descanso para comer, llegamos finalmente a Torquay y a mi nueva “familia”, cogimos las maletas de nuevo y las llevamos a mi nueva casa. Me despedí de mi padre y me metí en mi habitación.
Abrí el portátil y llamé a F.
De eso hace ya más de tres meses, aunque me hayan parecido el cuádruple.
Esa noche me metí en la cama, pensé en a quién echaba ya de menos y dormí, otra vez.

1 comentario:

  1. Sé que nuestra despedida no fue perfecta, pero total, una despedida es un adiós, y eso, jamás de lo diré (:

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