lunes, 28 de noviembre de 2011

Him, him again.

Y en la barra del bar, frente al camarero y nuestras copas felizmente adornadas, tanto que casi parecía que sonrieran y que estuviesen riendo con nosotros, estábamos él y yo, como si fuese la primera vez que nos veíamos, contándonos cosas que no nos habíamos contado antes. Cosas que no sabíamos el uno del otro, porque el cómo nos conocimos, fue de golpe; de repente, inesperado.
No íbamos buscándonos, ni si quiera fuimos presentados “legalmente”, y eso que teníamos varios amigos en común. Encontramos a nuestra media naranja por casualidad, llámalo suerte, llámalo destino; llámalo como quieras, como tus creencias te dejen. Pero eso es otra historia, una que no voy a contar ahora aunque quizás más adelante, cuando venga a cuento y quiera hacerla pública.
Cogí la copa y pegué un sorbo por la pajita, mientras grababa esa risa en mi cabeza a base de ojearla una y otra vez, clavando la mirada en esos perfectos dientes suyos que tan bien habían sido pulidos y blanqueados en el dentista varios días atrás. ¿Qué le iba a hacer? Eran dientes “falsos”, dientes de clínica, pero esa sonrisa no hubiese quedado tan bien en ninguna otra persona; él sabía cómo llevarla, cómo lucirla y cómo asombrarme con ella, cómo dejarme pasmada. Él dejó entonces de sonreír, cuando vio que tenía la mirada fijada en ella, y me agarró la cabeza por debajo de la mandíbula y me dijo algo que llevaba tiempo deseando oír.
–Te quiero, no te fijes tanto en mí, aquí la bonita eres tú.
Y posó sus labios sobre los míos, dejándome petrificada, sólo sintiéndole a él, y prestando aún más atención en él. Miré entonces sus ojos, y me fijé en que me veía reflejada a la perfección. Un retrato de mí en él. Yo dentro de su ser. Yo y él, la misma persona, la misma alma.
Pensé entonces en cómo había cambiado mi vida. Para bien podía numerar infinitos motivos, infinitas causas, pero para mal me costó encontrar una sola. F hizo ademán de levantarse, y yo le paré presionando con la mano sobre su pierna izquierda. Volvió a sentarse.
–¿Qué pasa? ¿Ya ni me dejas ir al baño? –preguntó alarmado.
Dentro de mi cabeza había dos voces que se peleaban diciendo “A: el pobre chico tiene sus necesidades…” y “A: ni le dejes poner un pie fuera de la barra metálica del taburete a no ser que sea para ir a casa contigo”. Opté por fusionarlas, y dejarle patidifuso con una mirada de fuego ardiente, cuyo combustible era mi ser, mi esencia, toda yo y mis formas de amarle.
–No; no sin mí.
Y volvió a besarme, pero esta vez se me hizo eternidades la duración del beso, sólo recuerdo levantarme a la mañana siguiente en su cama, con el desayuno ya preparado en una bandeja sobre mí.

martes, 1 de noviembre de 2011

Winter comes.

Jugaba con sus dedos, separándolos y doblándolos, encogiéndolos, mientras miraba al suelo lleno de hierba, que estaba cubierta en algunos tramos por la nieve. Invierno; crudo y frío invierno. Pero no para ella.
–Te echaba de menos, ¿sabes? –por supuesto que lo sabía, eso era una pregunta estúpida. Muy estúpida.
No dijo nada, simplemente dejó de jugar con sus dedos, y empezó a jugar con su pelo, apartándolo y pasando las manos entre los mechones rubios y rizados que tenía frente a ella, separando sus tirabuzones favoritos, los más marcados y perfectos.
–Y ahora, estás como distinta, como muda, como... no tú.
Siguió callada, sonriéndole mientras intentaba encontrar algo en aquellos ojos, tan oscuros y profundos que parecían dos pozos lúgubres e infinitos. Dos agujeros negros en medio de tan preciosa cara.
Le paró de golpe, como cuando un coche frena en seco.
–¿Qué te pasa? –le cogió la cara y le hizo subir la mirada hacia la suya, que la había vuelto a bajar– ¿Tú no me echabas de men...?
–¡Shhh! –Le interrumpió– ¡Cállate de una vez! Quiero grabar este momento tan perfecto en mi mente para cuando vuelva a hacerlo.


Con F de fácil, como todo lo que sale de mí.
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