El olor.
El mejor sentido de todos sin duda alguna. El sentido capaz
de hacerte viajar en el tiempo y recordar viejos momentos, el sentido capaz de
hacerte olvidar cómo es algo para éste desde su última vez hasta que vuelves a
olerlo.
A mí, personalmente, me fascina el olor de lo nuevo. Ver un
libro nuevo en mi estantería me hace hojearla rápidamente cerca de mi nariz, y
oler a árbol tintado mientras oigo las hojas pasar una por una (“trrrrrrr”), rápidamente.
Pero su olor es algo alucinante; indescriptible y de otro
mundo. Te deja sin aliento en cuanto entra a la garganta y lo saboreas también.
Hace mucho que no lo huelo, hace mucho tiempo que llevo sin su olor pegado a mi
piel. Ese olor extraño a chicle mezclado con perfume y con champú. Ese olor
extraño a ese chicle mezclado con ese perfume y con ese champú.
Lo echo de menos. ¿A ese olor? Há, qué va. A quien echo de menos es a él.
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