jueves, 29 de diciembre de 2011

As good as it gets.

—Aquí uno se siente un poco encerrado, demos un paseo.
—Son las cuatro de la madrugada, dar un paseo ahora me parece de locos, si no te importa.
—Bueno, si necesitas una excusa... Hay una panadería en la esquina y es muy probable que pronto esté abierta. Así no seremos dos locos; sólo dos personas que adoran los bollos calientes.




viernes, 9 de diciembre de 2011

Three months and so.

Todavía me acuerdo del día que llegué a Torquay por primera vez, hace ya más de tres meses.
Estuve toda la víspera (tampoco muy larga; solo cuatro horas) hablando con F de la única forma que nos sería posible hablar tras mi partida; de ordenador a ordenador. Estaba tumbada en la cama y él sentado en su silla cuando mi padre, que iba en albornoz, tocó la puerta de mi habitación a las cuatro de la mañana para despertarme y decirme que nos iríamos en una hora hacia el aeropuerto.
Me despedí de F, y me pegué una ducha bien fría para evitar llorar y llegar tarde. Salimos de mi casa a las cinco, y llegamos al aeropuerto sobre las siete y media.
Barajas por la mañana a principios de septiembre es fría y oscura; recuerdo despertarme en el coche, ponerme las zapatillas y salir, abrigo en mano, y tener tanto frío que ni me acordé de que lo llevaba, y abriendo las manos me las llevé al torso para frotarlo, arrojando el abrigo al suelo. Fue entonces cuando me desperté de verdad y lo recogí, esperando a que mi padre cogiera las maletas y me diera las pequeñas.
Las llevamos al edificio y allí cogimos un carro y las pusimos en él. Yo seguía teniendo frío, sueño y hambre, y no creo que me estuviera dando cuenta de lo que hacía, a lo que me estaba acercando.
Ya dentro del aeropuerto, no hicimos nada especial salvo ir de una a otra salida, confusos por lo que los megáfonos decían.
Cuando subimos al avión, apagué mi móvil español casi para siempre y me eché a dormir.
Llegamos a Gatwick, Londre, y cambié la hora de mi reloj nada más aterrizar. También cambié otras cosas sin darme cuenta de ello a penas en el momento.
“Idioma: inglés”
“Vida: nueva”.
Alquilamos el coche, gracias a mi función de traductora (papá, si estás leyendo esto habrás de admitir que no miento, no es que te esté quitando méritos), y mi padre se puso a conducir, después de investigar cómo se arrancaba el coche durante más de diez minutos por su testarudez de negarse a cualquier ayuda que el dependiente había ofrecido, por “el lado contrario” de la carretera. Y yo, por mi parte y como buena copilota, me eché a dormir otra vez.
Cuando, tras un descanso para comer, llegamos finalmente a Torquay y a mi nueva “familia”, cogimos las maletas de nuevo y las llevamos a mi nueva casa. Me despedí de mi padre y me metí en mi habitación.
Abrí el portátil y llamé a F.
De eso hace ya más de tres meses, aunque me hayan parecido el cuádruple.
Esa noche me metí en la cama, pensé en a quién echaba ya de menos y dormí, otra vez.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Him, him again.

Y en la barra del bar, frente al camarero y nuestras copas felizmente adornadas, tanto que casi parecía que sonrieran y que estuviesen riendo con nosotros, estábamos él y yo, como si fuese la primera vez que nos veíamos, contándonos cosas que no nos habíamos contado antes. Cosas que no sabíamos el uno del otro, porque el cómo nos conocimos, fue de golpe; de repente, inesperado.
No íbamos buscándonos, ni si quiera fuimos presentados “legalmente”, y eso que teníamos varios amigos en común. Encontramos a nuestra media naranja por casualidad, llámalo suerte, llámalo destino; llámalo como quieras, como tus creencias te dejen. Pero eso es otra historia, una que no voy a contar ahora aunque quizás más adelante, cuando venga a cuento y quiera hacerla pública.
Cogí la copa y pegué un sorbo por la pajita, mientras grababa esa risa en mi cabeza a base de ojearla una y otra vez, clavando la mirada en esos perfectos dientes suyos que tan bien habían sido pulidos y blanqueados en el dentista varios días atrás. ¿Qué le iba a hacer? Eran dientes “falsos”, dientes de clínica, pero esa sonrisa no hubiese quedado tan bien en ninguna otra persona; él sabía cómo llevarla, cómo lucirla y cómo asombrarme con ella, cómo dejarme pasmada. Él dejó entonces de sonreír, cuando vio que tenía la mirada fijada en ella, y me agarró la cabeza por debajo de la mandíbula y me dijo algo que llevaba tiempo deseando oír.
–Te quiero, no te fijes tanto en mí, aquí la bonita eres tú.
Y posó sus labios sobre los míos, dejándome petrificada, sólo sintiéndole a él, y prestando aún más atención en él. Miré entonces sus ojos, y me fijé en que me veía reflejada a la perfección. Un retrato de mí en él. Yo dentro de su ser. Yo y él, la misma persona, la misma alma.
Pensé entonces en cómo había cambiado mi vida. Para bien podía numerar infinitos motivos, infinitas causas, pero para mal me costó encontrar una sola. F hizo ademán de levantarse, y yo le paré presionando con la mano sobre su pierna izquierda. Volvió a sentarse.
–¿Qué pasa? ¿Ya ni me dejas ir al baño? –preguntó alarmado.
Dentro de mi cabeza había dos voces que se peleaban diciendo “A: el pobre chico tiene sus necesidades…” y “A: ni le dejes poner un pie fuera de la barra metálica del taburete a no ser que sea para ir a casa contigo”. Opté por fusionarlas, y dejarle patidifuso con una mirada de fuego ardiente, cuyo combustible era mi ser, mi esencia, toda yo y mis formas de amarle.
–No; no sin mí.
Y volvió a besarme, pero esta vez se me hizo eternidades la duración del beso, sólo recuerdo levantarme a la mañana siguiente en su cama, con el desayuno ya preparado en una bandeja sobre mí.

martes, 1 de noviembre de 2011

Winter comes.

Jugaba con sus dedos, separándolos y doblándolos, encogiéndolos, mientras miraba al suelo lleno de hierba, que estaba cubierta en algunos tramos por la nieve. Invierno; crudo y frío invierno. Pero no para ella.
–Te echaba de menos, ¿sabes? –por supuesto que lo sabía, eso era una pregunta estúpida. Muy estúpida.
No dijo nada, simplemente dejó de jugar con sus dedos, y empezó a jugar con su pelo, apartándolo y pasando las manos entre los mechones rubios y rizados que tenía frente a ella, separando sus tirabuzones favoritos, los más marcados y perfectos.
–Y ahora, estás como distinta, como muda, como... no tú.
Siguió callada, sonriéndole mientras intentaba encontrar algo en aquellos ojos, tan oscuros y profundos que parecían dos pozos lúgubres e infinitos. Dos agujeros negros en medio de tan preciosa cara.
Le paró de golpe, como cuando un coche frena en seco.
–¿Qué te pasa? –le cogió la cara y le hizo subir la mirada hacia la suya, que la había vuelto a bajar– ¿Tú no me echabas de men...?
–¡Shhh! –Le interrumpió– ¡Cállate de una vez! Quiero grabar este momento tan perfecto en mi mente para cuando vuelva a hacerlo.


Con F de fácil, como todo lo que sale de mí.

viernes, 21 de octubre de 2011

2:47 am

Se levantó de madrugada, miró el móvil y se sorprendió de la hora que vio en la pantalla. “2:47”, decía. Se sentó en la cama y se apretó fuertemente las sienes, masajeándolas un poco de vez en cuando. Sus cejas se fruncían y estiraban al compás de los movimientos de sus manos, y sus párpados se cerraban fuertemente, provocando arrugas en ellos.
Abrió los ojos diez minutos después, y miró hacia la ventana.
–Las tres de la mañana, Ana, te has lucido –se dijo a sí misma.
Las calles estaban vacías, no se veía un haz de luz, sólo ese pequeño azul claro que hay en este país, cuando hace frío y el invierno se acerca.
Vestía una camiseta de tirantes con mucho escote, y unos pantalones largos de pijama de invierno. Cogió la manta del suelo y se la puso sobre los hombros. Estaba tiritando.
–Brrr, ¡qué frío!
Se levantó de la cama, y se dio cuenta de que llevaba calcetines. Era la primera vez en mucho tiempo que dormía con ellos y que lo soportaba. Odiaba dormir con calcetines, incluso cuando hacía mucho frío en su país lo había intentado, pero acababa –consciente o inconscientemente– quitándoselos. Bajó las escaleras despacio, apoyando la mano derecha en la barandilla.
“Las tres de la mañana” pensó. Encendió la luz de la cocina y se sentó donde siempre, al lado del frigorífico, mirando hacia la ventana, ausente por la cortina negra que la ocultaba de arriba abajo, que había sobre el lavaplatos.
Estuvo en silencio todo el rato, sin siquiera prestando atención al sonido de su propia respiración, como solía hacer cuando se encontraba sola en un lugar silencioso. Sin embargo, sus pensamientos llenaban su cabeza gritándose a sí misma cuánto echaba de menos a su familia y amigos. Y a su “más-que-amigo”.
Éste sí llenaba por completo su mente.
“Hace ya más de mes y medio que estás aquí, y aún no te has acostumbrado a estar sin él, y dudo que lo hagas”.
Tenía razón, no lo iba a hacer. Demasiados sentimientos como para apartarlos de su cabeza aunque sea un solo segundo.
Miró el reloj mientras se daba cuenta de que estaba tiritando, y que sus pies, aun cubiertos por dos pares de calcetines –unos de vestir y otros de estar por casa, de lana–, estaban fríos. Mucho.
–Las cuatro, creo que ya es suficiente. A la cama.
Y tal y como lo dijo, lo hizo. Subió las escaleras muy lentamente, pensando en cada escalón. Entró en la habitación sin hacer ruido, para no despertar a su compañera, y se metió en la cama, envolviéndose primero en la manta y luego en el nórdico.
“Sí, hace mucho frío” volvió a pensar. Cerró los ojos, recordó la cara de él y cayó en un profundo sueño, que terminó tres horas y media después.

domingo, 9 de octubre de 2011

Needs.

–Necesito llorar.
>>¿No te has sentido nunca como un cualquiera, nada especial? ¿No te has odiado?
Hizo mueca de no saber de qué hablaba. Quizás él nunca se había sentido especial, a lo mejor él siempre se sentía normal y por eso no le parecía extraño.
–Solía pasarme como mínimo dos veces al mes, algunas veces más de quince incluso, pero eso fue hace mucho tiempo, al menos un año y medio. Hasta hace poco lo recordaba y me reía, veía lo idiota que había sido. Pero hoy ha vuelto y no sé plantarle cara.
Volvió a hacer ese gesto, y lo único que salió de su boca fue un “Ahmm” a modo de “Vaya, qué cosas”. No le importaba lo más mínimo, hubiese sido más productivo hablarle a la pared de mi habitación, pero no lo hice, ni me enfadé con él por su poca expresividad, por el como interés que le ponía al tema, por el nefasto (e incluso negativo, podría decirse) interés que tenía en mí. Así que, como no quería darme cuenta, seguí hablando, contándole cosas que le importaban mucho menos que una mierda.
–Pensaba que no volverían, que nunca tendría esos problemas otra vez, que las cosas iban a ir bien y que no tendría más bajones repentinos sin motivos importantes, sin motivos significativos –dejé de mirarle a la cara y empecé a atisbar los árboles del horizonte, que crecían a cientos de metros frente a mí. Estábamos sentados en el bordillo de una calle que terminaba en parque, así que veíamos tanto pájaros picoteando trozos de pan como coches pasando rápidamente, con la música (que por cierto, era vomitiva y asquerosa) a todo volumen–. No tengo por qué estar triste ahora mismo, y aunque lo sepa e intente reír, no me sale –me quedé callada hasta que noté que los pájaros sobrevolaban el cielo, volviendo a las copas de los árboles, y me di cuenta de que el sol comenzaba a esconderse y la gente a recogerse. Se estaba haciendo tarde. Era hora de ir a casa, y tenía menos ganas de llegar que de morirme allí mismo–.No quiero ir a casa, quédate aquí hablando conmigo, aun sin decir nada, en silencio, pero no me dejes ir. Es lo último que necesito. Encerrarme en mi habitación y no hacer otra cosa que pensar sobre el porqué de mi nefasta existencia mientras mi mirada se pierde por los agujeros de mi teche –caí entonces en por qué estaban ahí. Un año antes empapelé mi techo con recuerdos de mis amigos, y los llené de chinchetas. En un ataque repentino de rabia acabé por arrancar todo y olvidarme de esa gente, empezar una vida de nuevo, pero hacer eso para mí en la misma ciudad en la que había vivido desde pequeña era demasiado difícil para mí, además de que olvidar a la gente se me hacía más que imposible; al fin y al cabo eran mis amigos de siempre–. Debería empezar otra vez, una nueva vida lejos de aquí. Olvidarme incluso de mis padres. Esa es la mejor opción, estando a distancia es más fácil borrar recuerdos. Pero, ¿y si me voy y acabo obteniendo justo lo que no quiero? Por favor, quédate un par de horas más, no quiero ir a la cama y no dormir, necesito hablar con alguien –moví mi mano derecha para ponerla sobre su muslo, pero acabé cayendo al suelo, sin encontrar punto de apoyo anterior al asfalta. Entonces se me ocurrió mirar donde supuestamente debía estar mi “amigo”. Pero no estaba, no había nadie, y eso me dejó más confusa y triste de lo que ya estaba.

domingo, 18 de septiembre de 2011

♥ F.


Le echo de menos, y le echo de menos más que a cualquier otra persona ahora mismo.
Me saca las sonrisas de veinte en veinte, de segundo en segundo, de oreja a oreja.
Hace que cualquier otra persona se convierta en cero si él está a su lado.
Hace que mi cara se torne de esos perfectos tonos rosados, esos que me dan aún más alegría, que me obliga a ruborizarme por las palabras que utiliza cuando habla conmigo, que me hace más feliz de lo que en mucho tiempo había estado.
Echo de menos su piel, me falta su boca, extraño sus ojos en frente de los míos.
Echo de menos la forma que tenía de cogerme, y no soltarme hasta conseguir lo que quería.
Me falta él entero, y daría lo que fuera porque estuviera aquí ahora mismo.



"Porque hay cosas que vale la pena esperar, pase lo que pase, te quiero."


Y es que, digo yo, ¿a qué saben las estrellas si no es a su piel?

jueves, 1 de septiembre de 2011

His skin.

Que luego te bese en la punta de la nariz, mientras te acomodas en su pecho y el juega con tu pelo.
Eso es gloria.
Y que te diga que el tiempo contigo no es oro, que ni si quiera se puede comprar con todo el dinero del mundo.
Y que, justo entonces, rompiendo el momento más mágico de toda la tarde y de toda una vida, te llame tu madre diciendo que subas a casa en seguida.
–En cinco minutos –le contestas, y le cuelgas justo antes de que pueda reprimirte algo.
Y que vuelvas a jugar con su pelo, que se te resbale entre los dedos.
Y que vuelvas a pedirle besos, miles de ellos, y sin rechistar te los regala, te coge por la cintura y te aprieta fuerte contra él mismo.
Y que te des cuenta de que te quedan sólo dos minutos, así que se lo dices.
–Pues aprovechémoslos juntos –y, acabando la frase, que te vuelva a dejar muda, aislada del resto del mundo con el mejor de los vicios, que es su piel. 

jueves, 25 de agosto de 2011

Serrat.

Recuerdo una infancia llena de sus canciones, de Mediterráneos y de Libertades, y todo gracias a una persona que ponía sus vinilos siempre en el tocadiscos, y luego me tapaba con una manta para que no cogiese frío cuando me quedaba durmiendo en el sofá del salón.
Una persona que siempre me apoya, y con la que sé que siempre cuento.
Hasta ahora, Joan Manuel Serrat se había limitado a enamorarme con la canción de Princesa y a animarme con la de Hoy Puede Ser Un Gran Día, que son preciosas. Pero hace poco escuché una aún mejor en cuanto a los dos aspectos, y eso ya me parecía imposible.





No escojas sólo una parte,
tómame como me doy,
entero y tal como soy,
no vayas a equivocarte.

Soy sinceramente tuyo,
pero no quiero, mi amor,
ir por tu vida de visita,
vestido para la ocasión.
Preferiría con el tiempo
reconocerme sin rubor.

Cuéntale a tu corazón
que existe siempre una razón
escondida en cada gesto.
Del derecho y del revés
uno sólo es lo que es
y anda siempre con lo puesto.

Nunca es triste la verdad,
lo que no tiene es remedio.

Y no es prudente ir camuflado
eternamente por ahí
ni por estar junto a ti
ni para ir a ningún lado.

No me pidas que no piense
en voz alta por mi bien,
ni que me suba a un taburete
si quieres, probaré a crecer.
Es insufrible ver que lloras
y yo no tengo nada que hacer.

Cuéntale a tu corazón
que existe siempre una razón
escondida en cada gesto.
Del derecho y del revés,
uno sólo es lo que es
y anda siempre con lo puesto.

Nunca es triste la verdad
lo que no tiene es remedio.


Gracias por saber sacarme una sonrisa a la vez que una lágrima.

domingo, 21 de agosto de 2011

Trying to escape you can learn lots of things. You can also fall in love (III)

Emma llegó a su casa mucho antes que Víctor, y, a diferencia de este, no subió a su habitación, puesto que la suya estaba abajo, en el sótano.
Siempre que le decía a alguien que su habitación era el sótano de la casa la miraban con una cara extraña, de compasión, por así decirlo. Creían que la tenían sin cualquier tipo de luz, muerta de hambre y maltratada.
Pero no era así. Ella misma había decidido el año anterior, justo al cumplir los dieciséis, que quería un poco más de intimidad de la que tenía, que le apetecía estar sola de vez en cuando y eso en la planta baja no lo iba a tener de ninguna forma. Ella misma había redecorado todo el sótano, lo había pintado con sus propias manos de verde, y más tarde le había hecho un par de detalles en un color más oscuro (que se asemejaba al de sus ojos). Había puesto la cama pegada a la pared –le costaba mucho dormirse si no tenía una pared pegada a su espalda– lo más lejos de la escalera posible, y debajo de ésta estaba la tele. Justo en frente un sofá de lo más viejo, aunque restaurado por Emma y su madre, a pesar de que esta última no quisiera hacerlo y había estado dispuesta a comprar uno nuevo, pero a Emma le encantaba ese sofá, no era de los más cómodos, pero sí muy ancho y largo, además de ser también una buena cama. Lo había forrado con distintas telas de diferentes tonos de verde.
Era la habitación de sus sueños, por así decirlo. Y tenía bastante luz, se podría decir que demasiada para ser un sótano. En lo alto de las paredes, casi pegando al techo, había tragaluces que daban a la calle y que se abrían hacia fuera. A Emma le encantaba distraerse mirando los pies de la gente que pasaba por ahí cerca.
Cuando Emma llegó a casa entró en el salón y saludó a todos con un cálido “Hola”. No iba a dar explicaciones a nadie de dónde había estado ni con quién, hacía ya tiempo que su madre había dejado de preguntarle y no iba a ser ella quien sacase ese tema de conversación.
Fue a la cocina, se hizo un sándwich rápidamente y bajo a su habitación a ver la tele mientras lo comía. Cogió su portátil y empezó otra partida de ajedrez: siempre ganaba, y el juego le era tan monótono que subió lo poco que le quedaba a la barra para el tope de dificultad al máximo. Aún así, volvió a ganar.
Se sentó frente al escritorio, y abrió su diario y escribió.

Querido diario:
Hoy, nada interesante, como todos los días de verano.

“Eso es mentira” le dijo una voz en la cabeza.
–Cállate, ¿de acuerdo? –se ordenó a sí misma, mirándose hacia arriba.
“Allá tú”.
Siguió escribiendo en su diario, tachando lo que había puesto antes:

Querido diario:
Hoy, nada interesante, como todos los días de verano.
Lo reconozco, me ha gustado. Es majo, sensible, y… ¡vaya ojos! No me he fijado en su exterior hasta que me ha empezado a contar cosas sobre él mismo y su familia, y de que está harto de ella. Vamos, como todos los adolescentes de este mundo, como si yo no estuviera hasta los ovarios de la mía.
Moreno, se llama Víctor, unos cuatro dedos más alto que yo, delgado pero no demasiado, con músculos pero sin pasarse, sin dar asco. Supongo que como yo, unos dieciséis para diecisiete. Ojos verdes, como yo. Bueno, los suyos son más claritos, con azul haciendo una fina circunferencia en el exterior del iris.
Bastante guapo, sí. Mañana he vuelto a quedar con él.
En definitiva: nada interesante, como todos los días de verano, mas con un punto en medio de la hoja en blanco. Voy a ver la tele.

Al otro lado del bosque, en un chalet beis con piscina y jardín, Víctor hacía un crucigrama tirado en su cama. A las doce de la noche bajó a cenar un vaso de leche, y cogió su móvil de paso, que estaba en el comedor. Lo miró y pensó “Soy estúpido, ¿cómo me va a dar un toque si no tenemos nuestros números? Mañana se lo doy”. Encendió la televisión y se puso a verla mientras removía con cuidado la cucharita del vaso de leche. Estaba fría, no le gustaba la leche caliente ni en invierno, pero aún así le agradaba remover en todo momento la leche.
Ninguno de los dos sabía que el otro estaba haciendo exactamente lo mismo, viendo la tele por hacer cualquier cosa que le evadiera del exterior. Cualquier cosa por no tener contacto con alguien aleatorio que pudiese preguntarle o hablarle de chorradas.
–Emma, creo que ya va siendo hora de que te vayas a la cama, cielo –dijo su padre.
–¿Víctor? ¿Qué haces despierto hasta tan tarde? –preguntó la madre de Víctor– Mañana hay que madrugar, tu hermana compite…
–Sí papá, voy enseguida –contestó Emma.
–En cuanto me acabe el vaso de leche, “pá” –Víctor apagó la tele, se bebió el vaso entero y lo dejó en el fregadero de la cocina. Luego subió a su habitación y encendió el ordenador, miró un par de cosas y lo apagó a los cinco minutos.
Emma silenció el televisor y puso la radio para oír el programa de las doce y cuarto de humor musical. A la una se metió en la cama, apagó la luz, y no tardó más de dos minutos en dormirse.
Víctor hizo lo mismo, se tapó hasta el cuello y dio un par de vueltas hasta caer de sueño.
Los dos se durmieron enseguida, mas no sin antes pensar en el otro.

jueves, 11 de agosto de 2011

Our story 'til now.

Esta es la historia (casi completa pero sin demasiado detalle) de una chica de dieciséis años que tenía a sus amigos repartidos en dos ciudades diferentes.
Ella vivía en Albacete, una ciudad pequeña al sureste de España.
Cierto día, alguien le agregó en una red social preguntándole que quién era. Ella tenía catorce años. La chica encontró totalmente gracioso aquello, y no por ello aceptó esa amistad, sino porque tras hablar cada día con él durante una semana entera día sí día también se dio cuenta de que él era bueno, amable, completamente ya un amigo y ni siquiera se habían visto en persona aún.
No cayó en la cuenta de que ese chico iba a dar un completo giro a su vida de mal a muchísimo mejor.
Se conocieron en enero, y ya en marzo él la estaba invitando a su decimosexto cumpleaños. Nunca se le iba a olvidar ese día. Nunca.
Quedaron para cenar y conoció a dos personas en esa noche, dos amigos –uno más que otro– del chico “Y-tú-quién-eres”.
–Ana, Cristian; Cristian, Ana –les presentó Rubén, y en ese momento cometió el mejor acto de su vida, por así decirlo, por lo menos para ella–. Él es mi mejor amigo de Toledo.
Entonces comenzaron a hablar, día sí, día también. Ella le habó de que tenía una amiga, Raquel, que vivía en Toledo. Cristian también la conocía, y a raíz de aquella conversación, Ana empezó a hablar mucho con ella, a no dejar el ordenador en ningún momento porque era la mejor forma de comunicarse con todos a la vez gratuitamente.
Cristian se convirtió, en poco tiempo, en uno de los mejores amigos de Ana, y eso que no se habían visto ni más de seis horas.
Lo volvió a ver a los seis meses, mientras ella intentaba (sin éxito) convencer a sus padres de que la llevaran a Toledo, o de que le dejasen coger un tren hasta allí.
Finalmente, sus padres le dieron una buena noticia que la animó justo en el momento que lo necesitaba.
–Ana, los amigos de Villamalea –este era su pueblo– están preparando un viaje a Toledo, podríamos ir y tú quedas con tus amigos de allí. Nos alojaremos en el castillo de San Servando.
A ella se le iluminó la cara al instante, ir allí era su mayor deseo, y además iba a ir una semana después de cumplir los dieciséis. Era como un sueño del que no se quería despertar, pero esta vez era verdad, no como las otras muchas veces que soñaba estar en Toledo con Raquel y con Cristian.
Ana consiguió convencer a papá y a mamá de que quedarse en casa de Raquel era mucho mejor que cualquier castillo por bonito que fuera, y allí se quedó a dormir dos noches, probablemente dos de las mejores noches y días de su vida.
Lo malo fue al despedirse. En cuanto entró en el coche, las lágrimas empezaron a salir de sus ojos sin descansar hasta tres días después. Estaba triste porque los echaba de menos, y eso que acababa de verlos hacía tan solo un par de horas.
Después de esa visita en febrero, Cristian fue un par de veces a Albacete y Ana otra a Toledo, pero quedándose menos de doce horas. Lo genial fue en el cumpleaños de Rubén.
Diecisiete. Jopé, qué cosas, cómo pasa el tiempo… Marina, una muy amiga de Ana, se apuntó ese año al cumpleaños, y junto a Cristian, Rubén y Ana, hicieron una fiesta descomunal en casa de esta última. Fue algo más que perfecto.
Y por aquel entonces a Ana le ofrecieron algo demasiado importante, algo que va a cambiar su vida a partir de ahora, algo que aceptó.
Y por eso ahora, cuando va a Toledo para despedirse de la gente a la que lo más seguro es que la vea en un año porque se va a estudiar a otro país, se pone triste a la hora de decir adiós.
–No es un adiós, es un hasta luego –había dicho Cristian.
Y ella lo sabe, pero lo que no sabe es cuándo lo va a volver a ver en persona, porque le ha prometido que el Skype siempre será un buen medio de comunicación.
–Te voy a echar de menos –y en cuanto él había dicho esas seis simples palabras y la había abrazado… A echar a llorar otra vez. De lágrima fácil quizás.
Lo que no sabe él es que lo que le pueda echar de menos va a ser poco comparado con lo que ella lo haga, va a ser una minucia. Porque él ha significado y significa mucho, demasiado para ella.
Porque él acaba de cumplir los diecisiete, y ella solo pide que por favor le deje estar a su lado en muchos más cumpleaños, que siga siendo lo mismo para ella. Que siga acordándose de que sólo hace un año y medio que se conocen y han compartido más que cualquier otras dos personas que incluso se conocen desde hace más tiempo.
Que la distancia duele, pero Ana consigue sobrepasar el Everest de la felicidad cada vez que lo duele.
Y que dure mucho, por favor.

Gracias por ser como eres, gracias por estar ahí siempre que te necesito y gracias por esas conversaciones interminables que acaban, siempre, en “ciao”.

sábado, 6 de agosto de 2011

Trying to escape you can learn lots of things. You can also fall in love (II)

Claro que había pasado algo, y Víctor lo sabía perfectamente. Algo tan grave para él que no lo había contado a nadie, y ya hacía varios meses que no salía, que no hacía otra cosa mas que quedarse parado en su habitación, que no se despegaba de su silla ni para comer algunas veces.
–No ha pasado nada más . –terminó diciendo, después de haber pensado bastante en lo que había pasado y en su respuesta.
–¿Nada de nada? –inquirió.
–Nada de nada –repitió Víctor, pero sin esa entonación de pregunta inquisidora.
–No te lo crees ni tú, chaval –dijo con una sonrisa en la boca.
Emma sabía cómo leer perfectamente una expresión en cualquier cara, no se le escapaba ni una arruga cuando le interesaba hacerlo. Podía adivinar lo que sus ojos decían, y los de Víctor, en ese momento, delataban que lo que acababa de decir era completamente mentira.
–Claro que me lo creo, y tú también –dijo, y en cuanto hubo acabado de decirlo Emma notó que no era verdad.
–Y Emma se chupa el dedo, ¿a que sí? –paró un instante para mirar la puesta de sol, que ya se había desvanecido en el horizonte, así que devolvió la mirada a las estrellas, en busca de la luna. El cielo estaba totalmente despejado, e incluso las más pequeñas luces de las estrellas más remotas se veían claramente. Había luna creciente aquella noche, y Emma recordó que su abuela solía decirle que el pelo había de cortarse con esa luna para que creciese fuerte. Casi brotó de uno de sus ojos una lágrima al acordarse de ella, hacía poco que la había dejado.– Mira, no me creo ni una pizca de lo que me estás diciendo –se frotó el ojo, liberándose de la lágrima que antes no había tenido el valor de resbalarse por la mejilla y se levantó, mirando hacia Víctor, que había vuelto a juguetear con los pies.– Así que, cuando te aclares y sepas que no quieres mandar todo a tomar por culo solamente por eso, que en realidad hay algo más, y me lo quieras contar, estoy dispuesta a escucharte, hasta entonces, encantada.
–¿Y cómo quieres que te lo cuente si tú no haces por escuchar? –se levantó él también.
–¿Cómo que yo no hago por escuchar? ¿A caso no me he tragado ya mucho contando con el hecho de que no te conozco de nada?
–O sea, no digo eso, digo que… no me das ni un solo consejo, sólo te quedas ahí diciendo que lo que te cuento es poco, que no tengo razones.
–¿Y es que no es así? ¿Seguro de que no hay más?
Víctor se calló, se volvió a sentar y esta vez con la cabeza entre las manos.
–La gente se ha olvidado de mí, ¿comprendes? –dijo entre sollozos, y Emma lo notó.
Se sentó junto a él, contenta por haber conseguido lo que quería, que le dijese la verdad, mas triste por ver así a su nuevo amigo, llorando por algo que ni ella comprendía.
–Estoy segura de que eso no es así –ella tampoco debería mentir, sabía perfectamente que esta vez sí era cierto lo que le había dicho.
–No lo estés tanto –subió la cabeza y se frotó un poco los ojos, pero algunas lágrimas más brotaron y bajaron por sus mejillas hasta su mentón.
–Eh, mírame –le sonrió mientras cogía si barbilla y posicionaba su cabeza de tal modo que pudiese verle. Consiguió que él también esbozara una pequeña sonrisa aunque breve.–: Los chicos grandes no lloran –secó sus lágrimas desde los ojos hasta el mentón, siguiendo el recorrido que ellas mismas habían trazado por la cara de Víctor.
Entonces sí que lo consiguió, y esta vez su sonrisa no se desvaneció tan pronto como antes, esta vez se quedó ahí un par de segundos, y no desapareció por completo cuando volvió a mirar al suelo.
Empezó a sonar una musiquilla, y Emma tuvo que disculparse para coger el móvil, su padre la llamaba preocupado, casi furioso.
Fue cuando la luz del teléfono de Emma le iluminó la cara por completo al mirar de quién se trataba la llamada cuando Víctor se dio cuenta de cómo era de verdad. Antes sólo podía haber atisbado unos ojos oscuros, una nariz respingona y una labios que contenían la sonrisa más blanca que había visto en su vida. Su pelo, a la luz de la poca luna que había aquella noche y de las estrellas, parecía granate.
En realidad vio, con la luz de aquel móvil, que Emma tenía los ojos verdes, pero no demasiado claros, era un verde oscuro precioso; vio que Emma tenía la nariz respingona, sí, pero rodeada de pequeñas pecas, que la hacían aún más dulce, el puente perfectamente hundido hacia adentro, pensó que le quedaría genial un piercing en ella, especialmente en el lado derecho, un arito de plata, y así la imaginó; vio que Emma tenía unos labios perfectamente proporcionados y delimitados, parecían incluso pintados de rojo carmín, y que sus dientes eran tal y como los había intuido antes, blancos cual perla y alineados con total precisión; y finalmente vio que Emma tenía el pelo ondulado, flequillo hacia un lado (el izquierdo) que le pasaba justo por encima del ojo de dicho lado, tapándole la ceja –las tenía finitas, casi tan delimitadas como sus labios– por completo, y éste era de un color que no había visto nunca en el pelo de una chica: era pelirroja, sí, pero no era esa mala mezcla de castaño y rubio, era una completa mezcla de rojo y rojo. Su pelo no era naranja ni con la luz, era rojo, completamente rojo.
–Vale, ya voy –Emma colgó el móvil–. Ya has oído, tengo que irme –y puso una mueca de decepción y preocupación juntas.
–Vaya… bueno, supongo que ya te veré, ¿no? –se levantó para estar a su altura, y entonces se fijó de que no le sacaba más que cuatro o quizás seis dedos. Era alta.
–No creo, no suelo venir mucho por aquí… ¿qué te parece: mañana aquí a las mmm –se lo pensó durante unos segundos– ocho?
–Perfecto, pero justo aquí, si no te veo quizás me enfade –bromeó.
–Tira a casa, “Tor” –volvieron a echar a reír–, tu padre estará igual de preocupado que lo estaba el mío. ¡Hasta mañana!
Salió corriendo, mas ella no huía de él ni de nadie, simplemente intentaba ser puntual para poder volver allí al día siguiente.
Él tardó más en volver a casa, lo hizo cuando, ya no viendo a Emma en el horizonte, se hartó de esperar allí sin una chaqueta, se estaba muriendo de frío.
Tardó un par de minutos en llegar, no estaba muy lejos, y en cuanto lo hizo subió a su habitación sin pensárselo dos veces. Sin responder a ninguna voz.

Trying to escape you can learn lots of things. You can also fall in love (I)

Corría. Corría tanto que le faltaba el aliento de tal forma que tuvo que parar de inmediato, a los pocos minutos de empezar.
Intentaba huir de todo, incluso de aquello por lo que había vuelto.
Estaba completamente fatigado, así que se sentó encima de lo primero que pilló a mano: la raíz de un árbol que sobresalía. Tendría más o menos un metro de ancho.
–¿Qué haces aquí solo? –le dijo alguien que ni conocía mientras se sentaba a su lado. Su voz era dulce, se notaba la buena intención.
Leave me alone –pronunció el en perfecto inglés, intentando huir también de una conversación con un extraño. Bueno, más bien esta era una extraña.
Hacía días que no tenía una de las realmente interesantes que solía tener con cualquier persona. Era ya casi completamente de noche, las estrellas asomaban ya aunque enfrente suyo los colores rojos se mezclaban con los azules, volviendo el horizonte casi perfectamente violeta.
–Mira, sé lo que sientes, y también sé que no tienes para nada pinta de inglés –dedujo en voz alta, y subió la vista hasta sus ojos. Ella sabía perfectamente lo que estaba haciendo, y los verdes ojos de aquel chaval al que ni conocía lo confirmaban.
–No, no sabes nada –y, solo para llevar la contraria, bajó los ojos hasta el suelo y empezó a mover los talones, chocándolos suavemente entre ellos y balanceándolos hacia los otros lados.– Vete, por favor.
“Vete, por favor”, volvió a sonar en su cabeza, y también en la de ella.
Emma hizo caso, se levantó de aquel tronco y empezó a andar titubeante, mirando hacia atrás a cada paso que daba. Pero él seguía inmerso en sus pies, en hacer caso a cualquier cosa menos a ella, en no dejar de mirar esa flexible ramita que salía del suelo.
Ella, por otra parte, dejó de volver la cabeza, y se concentró en el sonido que sus nuevas zapatillas hacían en la hojarasca. Era otoño y ya todas las hojas habían caído de los árboles de aquel bosque, estaban secas y esto producía un bello sonido a los oídos de Emma, que se divertía oyendo “chak chak” cada vez que daba dos pasos.
Víctor pensó que ella ya estaba lo suficientemente lejos como para que le oyera, pero aún así no subió demasiado la voz para decirle lo que pensaba.
–Siento haber sido tan grosero contigo. Ven, siéntate, si aún te apetece.
Emma se dio la vuelta, nada decidida, y se acercó hasta estar a cuatro grandes pasos de él.
–¿Qué? –susurró, tan bajo que apenas él pudo oírle.
–¿Qué? –repitió él, al no haber entendido lo que Emma acababa de decir.
–He dicho que qué.
–¿Que qué qué?
–Que qué.
–¿Qué? –dijo él, y tras esto los dos comenzaron a reír a carcajadas.
–Dejémoslo. Soy Emma, y tú eres…
–Tor. Todo el mundo me llama Tor, pero en realidad soy Víctor.
–Pues a mí me gusta más tu nombre completo, no pienso llamarte “Thor”, o “Tor”, o como–se–diga.
–Adelante, para ti seré como para mis padres, Víctor.
–Y, ¿qué te pasaba hace un minuto, Víctor?
Le contó cómo había llegado hasta allí, por qué había dejado la mesa en la que toda su familia estaba cenando y qué le pasaba exactamente. Le dijo que estaba completamente harto de todo, que tenía ganas de irse de allí, de tener dieciocho años y de poder conducir su propio coche, de poder viajar a Londres, a Nueva York y a Singapur él solo todo lo que quisiese.
También le contó que no podía soportar más a sus dos hermanas, a su padre y a su madre, que no iba a aguantar otros dos años con ellos, que necesitaba echar a  volar, pero que su padre no le quería dejar abandonar el nido.
–Bonita metáfora para referirte a que los quieres perder de vista.
–No estoy diciendo eso, Emily…
–Emma, me llamo Emma –le interrumpió, un tanto enfadada.
–Eso, perdona. Soy muy malo con los nombres –mentía, se le daban genial, y él mismo sabía, cuando le había llamado Emily, que ese no era su nombre, que era Emma. Pero siempre lo hacía, con todo el mundo, para saber si le interrumpían, para comprobar que le escuchaban y que le estaban prestando atención, para saber si se enfadaban cuando le llamaban por otro nombre que no fuera el suyo.
–No me lo creo. Me has estado llamando Emma todo el rato, y de repente me llamas Emily… Algo no me cuadra, a no ser que te hayas puesto a pensar en otras cosas.
–Pero qué lista eres. Nada, déjalo, siempre lo hago.
–Venga, “Tor” –rió un poco al llamarle así–, ¿por qué dices que no es que los quieres perder de vista? Ambos sabemos, bueno, por lo menos yo, que eso es lo que de verdad quieres, dejar de verlos una temporada, anhelarlos durante un par de días para volver con ganas a sus brazos. Alguien no deja a su familia así como así, y más viniendo de Inglaterra, de haber pasado un mes de verano perfecto allí. Algo más habrá pasado para que quieras salir de esta ciudad.

domingo, 24 de julio de 2011

She.

  Llegó a casa, y lo primero que hizo después de quitarse los zapatos fue coger el móvil y llamarle. Directamente, buzón de voz: El número al que llama está apagado o fuera de cobertura, si lo desea, puede dejar un mensaje tras oír la señal, gracias. Piiii.
"Estará sin batería en un antro de mala muerte", pensó. Y estuvo toda la noche llamándole, intentando contactar con él, pero nada. Tenía el móvil apagado y por más que llamase no iba a conseguir mas que dejarle llamadas perdidas que vería al día siguiente.
"No entiendo por qué ha apagado el móvil, ¿qué pasa? ¿Que no quería hablar conmigo? ¡Pues que me lo hubiese dicho! Pero que no me diga que tiene ganas de hablar cuando apaga el móvil para que no pueda llamarle, vamos... Es que me parece..."
Siguió hablando consigo misma, pero no consiguió nada. Simplemente no durmió por llenarle el móvil a llamadas, hasta que, afortunadamente el buzón de voz desapareció, y lo sustituyeron unos pitidos; se lo cogió.
-¿Qué haces despierta a las nueve? ¿Madrugando? Porque pensé que ayer salías de fiesta...
-Sí, tú lo has dicho. Salí de fiesta. Y tú me diste plantón.
-No te di plantón, simplemente te dije: "quizás no vaya", y eso hice. Avisé de que lo más probable era eso, que no me vieses esa noche.
-¿Y por qué apagaste el móvil? ¿Por qué no pude llamarte en toda la noche?
-Te estás volviendo un tanto histérica. Quería dormir, ahora que tengo que estudiar bastante -dijo, remarcando esta última palabra.
-Ya, pero bueno, sabiendo que yo te iba a llamar, podrías haberlo dejado encendido.
-Sí, y que me despertases a las cinco de la mañana, ¿no?
-Pues sí, tú mismo me lo dijiste cuando empezamos a intimar; que podía llamarte tanto y cuanto quisiera, a las horas que hicieran falta, que ibas a estar ahí siempre para distraerme, para hablar y para... para todo, ¿no?
  Se quedó callado. No tenía nada que decir, se le notaba perfectamente. Así que simplemente se despidió y colgó el teléfono, dejándola al otro lado sintiendo que había ganado una batalla que querría haber perdido.

viernes, 22 de julio de 2011

Todos sabemos lo que es andar por la playa.


Caminaba descalza por la orilla del mar cuando, de repente y sin darme cuenta, una ola embistió mis rodillas y me empapó las piernas enteras.
-¡Joder! –exclamé por lo bajinis, mientras me daba con las manos un poco en las piernas intentando, sin éxito, secármelas.
No había nada que más me fastidiese que mojarme por culpa de olas inesperadas. No me gustaba la playa, ni la arena, ni que el mar contuviese tanta cantidad de sal, me parecía, como mínimo, insoportable.
Seguí caminando a pesar de mi mala leche por haberme mojado, pensando en mis cosas, en por qué las conchas del mar eran tan pequeñas, buscando caracolas para hacerme un bonito colgante que luciría en verano, tomando el sol para broncear mi piel y conseguir ese tono moreno que tan bien le quedaba a mis ojos verdes y a mi pelo casi rubio. Iba tan distraída en mis cosas, que no me percaté de que venía un chico cachas corriendo hacia mí, oyendo música en su iPod tan concentrado como yo.
Evidentemente, y como era de esperar, nos chocamos, me tiró al suelo y me mojé, no sólo el culo, sino que casi todo el cuerpo, porque en ese momento, mi amigo el mar, lanzó una ola que me llenó de agua y sal hasta las trancas.
-¡Me cago en la puta! –grité en medio de la playa, y el chico se apresuró a cogerme, no sin antes reírse de mí.
-Lo siento –dijo evitando las risas, que se adivinaban tras su falsa y perfecta sonrisa de dentista.
-Te parecerá bonito, cabrón... –bufé. Quizás fui un poco dura con aquel pobre chico, pero se lo merecía– A ver si miras más por dónde vas.
-Lo mismo digo, señorita. Si usted hubiese estado más pendiente de dónde ponía el pie, no hubiéramos chocado.
Me dejó a cuadros. Me dieron ganas de tirarle una copa de Gintonic a la cara, pero entonces me di cuenta de que no estaba en un bar. Y mientras pensaba todo esto, él ya había seguido corriendo, y no me había dicho ni mú.
Así que, como venganza, me agaché; cogí un puñado de arena, lo amoldé bien e hice una perfecta esfera de arena húmeda, y se lo tiré a la espalda.
Le di de lleno, por lo que me puse a saltar y a reír como una cría pequeña. Y, mientras daba palmas con los ojos cerrados de lo que estaba sonriendo, noté cómo algo me daba en el ombligo y resbalaba hasta caer al suelo. Me miré: arena.
Entonces miré al corredor, que estaba sonriendo por haber dado en el clavo... Y salí tras él.
-¡Cabrón, ven aquí que te vas a enterar!
No le dio tiempo a reaccionar y me volví a chocar contra el, pero estaba tan inestable que caímos al suelo: él debajo y yo encima.
Nos quedamos mirándonos durante segundos, hasta que él rompió el silencio, sin quitarme de encima.
-¿Está usted loca, señorita? Por favor, ¡parece una cría! ¡Que alguien me la quite de encima, por favor!
Siguió hablando, pero yo cerré los ojos y, siguiendo mi instinto, tapé su boca con la mía para hacerle callar.
Y funcionó.

martes, 19 de julio de 2011

Distance.

En el parque, sentada bajo unos árboles junto a su labrador blanco ya cansado del paseo, por lo que tumbado, se hallaba Nicolette. Serían en torno a las nueve y media de la noche, cuando aún algo se veía pero no lo suficiente con esa claridad de las siete de la tarde en verano.
No conocía muy bien esa ciudad, era la quinta vez que recordase que estaba allí, pero aún así se atrevía a pasear sola por las calles, incluso por las más inhóspitas. Tampoco dominaba el idioma de aquel país, ni tenía apenas gente con la que juntarse.
Las farolas del parque estaban encendidas, mas ella, sentada en el césped, apenas veía por la sombra que el gran pino incidía sobre ella.
Miró al cielo: totalmente despejado, y decidió cerrar los ojos y dejar que el ensordecedor gruñido de los pájaros, que a sus nidos volvían, le desplazase de aquel lugar y le dejase en blanco la mente para apartarle de pensamientos indeseados. No quería estar constantemente dándole vueltas a la cabeza sólo por él.
Hacía mucho que no lo veía, las vacaciones en la casa de su abuela materna se le hacían eternas, y la alejaban de Dublín, la ciudad en la que había crecido, cada verano. Le imaginó tal y como estaba cuando se despidieron; era una tarde de julio, habían quedado en casa como todos los viernes para ver una película o algo por el estilo. Pero el jueves anterior él había estado pensando muy detenidamente cada una de las palabras que iba a decirle aquella tarde.
"Esto no puede seguir así. Tú te vas y yo... yo también me voy y no sé qué hacer para no echarte de menos. Y al año que viene no nos vamos a ver tanto como este. Lo mejor es que dejemos esto. Lo mejor para los dos."
Eso es resumidamente lo que le había dicho, y acto seguido había salido de su casa, dejándola en su habitación lila con lágrimas en los ojos y una foto en la mano que ambos tenían. Era una foto en la que salían juntos, abrazados en la playa de espaldas al mar, sonrientes. Era de un viaje que habían hecho hacía ya un par de meses.
Nico se tumbó y abrazó a su perro con el brazo izquierdo.
Entonces los pájaros se callaron, y el parque quedó tan en silencio que se podría oír una mosca a metros de distancia.
"No lo voy a echar de menos" pensó. Y eso mismo intentó hacer durante lo que le quedaba de día escuchando su iPod a todo volumen, destrozándose los tímpanos.
Intentó hacerlo hasta que, de repente, sonó su canción y rompió a llorar desconsoladamente.

Bryan, en la otra punta del mundo, escuchaba adrede esa misma canción, con la foto de la playa en la mano, tirado en la cama del hotel nostálgico.

lunes, 18 de julio de 2011

Hypnosis (VI)

Recuerdo que era una tarde calurosa cuando conocí a Kattie. Estaba en nuestro garaje cuando entré.
-¿Qué hace esta tipa aquí? -le pregunté a Josh por lo bajinis. Veníamos de su casa, de ponernos ciegos.
-Ni puta idea -dijo mientras reía, y yo lo hice con él.
-¡Eh, Tyler! ¿Quién es esta? -dije mientras le apuntaba con la barbilla.
Ella estaba sentada en el taburete de la batería, pero lo había puesto justo delante de mi micro, para ver bien a toda la banda.
-Una, que dice que nos quiere hacer famosos y ricos.
Todos echamos a reír cuando oímos a Tyler diciendo eso, y Kattie nos miró con ojos asesinos, y salió escopetada taconeando por la calle que bajaba hasta el parque. Salí corriendo tras ella cuando me di cuenta.
-Bah, venga, no te lo tomes en serio, era solo una broma. ¿Cómo te llamas?
-Nick, óyeme. Vamos, responde.
-Kattie, encantada -me dio dos besos.
-Nick. ¿Qué... qué es eso que dice Tyler?
-Os conozco de oídas. Ni siquiera me gusta demasiado vuestra música. Sólo digo que necesitáis a alguien que os diga cómo vestir, qué cantar y cómo comportarse en cualquier sitio. Incluso en el escenario.
-Oye, perdona, pero que nosotros no necesitamos nada de eso. Tenemos una banda, y dieciséis años nada más. Aún estamos medio aprendiendo a tocar canciones y casi no tenemos las suficientes para un disco propiamente nuestro.
-Pues nada, yo me voy. Pero... por si acaso, de verdad. Toma y guarda -enfatizó esa palabra- mi tarjeta.
-Joder, ya, no estoy para bromas. Des-pier-ta.
A los meses la llamé, era nuestro primer concierto de verdad y no sabíamos qué hacer.
-¿Sí?
-Kattie, soy Nick, guitarrista y cantante de HYPNOSIS.
-Sabía que acabarías arrastrándote -y, después de decir eso, empezó a reírse a carcajadas.
Acabamos por darle un mes de prueba, y por contratarla al final también.
De repente, dejé de ver borroso, y todo se volvió completamente negro. Como el carbón.
No veía nada de nada, y sólo oía muy de vez en cuando a Katt diciendo cosas y llamando a gente gritando en mi oído.
No la había notado así desde que llegué tarde a uno de nuestros conciertos.
Era noviembre, y justo me acababa de comprar un coche nuevo. Yo estaba aún con la hermana de Tyler, Emma. Empezamos a salir poco después de conocernos, y ese día hacía un año.
Decidí llevármela a un pueblecito de las afueras, todo césped y lagos, y pasar allí la tarde.
-Nick, vamos, despierta de una puta vez, apriétame la mano si sientes la mía. ¡LLAMAD DE UNA VEZ A LA JODIDA AMBULANCIA! -ni siquiera notaba su mano en la mía.
La llevé con mi coche y estuvimos un par de horas. Yo tenía todo controlado; sabía que no podíamos salir de allí más tarde de las siete porque a las nueve tenía que estar actuando con Tyler, Josh y Ethan sí o sí. Ese concierto era importante, casi todos lo habían sido, eran un escalón más para HYPNOSIS.
No podía faltar, así que coger pronto el coche era crucial.
-Me encanta -había dicho Emma, y después me había besado en la boca, suave y lentamente-. No sé cómo algunas veces puedes ser tan romántico y otras tan... tan... tan tú. Pero me encantas y lo sabes.
En ese momento me había mirado con unos ojos brillantes que sólo aparecían cuando algo de lo que yo hacía le conmovía lo suficiente como para pasar del notable.
-¡Que te despiertes ya, joder! -esto lo dijo llorando, eso lo pude notar en su tono de voz. Pobre Katt-. Vamos, aguanta... Nick, HYPNOSIS te necesita, yo te necesito. Por favor...
Empecé a oír un pitido, lo vi todo más negro todavía aunque había pensado que no podría ser nada más oscuro que aquello anterior, y dejé de sentir totalmente todo. Incluso dejé de sentir la respiración bajo mi pecho y las pulsaciones en las sienes estrujándome el cerebro. Y, de repente, el pitido cesó.
Y no volví a sentir nada. Nunca.

viernes, 8 de julio de 2011

Hypnosis (V)

No tenía ganas de subir ahí arriba otra vez, y Kattie cada vez se ponía más y más furiosa.
Me levanté, y volví al stage, tal y como me decía todo el mundo. Cuando llegué las voces de los fans se metieron en mi cabeza, y entonces fue cuando, mirándome a los pies, me di cuenta de dónde estaba el fallo.
No llevaba guitarra. Me la había dejado dentro, así que, mirando a Collin, el chico del sonido, y haciéndole unos movimientos de muñeca, me lanzó la Fender, la cual cogí con todas mis ganas para darlo todo.
La gente estaba alterada, pensé que creerían que me iba a quedar ahí tirado, dejando a mi grupo y al concierto de lado. No lo iba a hacer, por lo menos hoy. Ese era mi día, y después del concierto ya podría hacer lo que me diera la gana, y a la mierda con todo aquello que decía mi padre de que no conseguiría nada con una voz que daba asco y con una guitarra que lo único que hacía era molestar a los vecinos y recibir quejas.
Mi padre... Hacía por lo menos dos o tres años que no nos hablábamos, desde que cumplí los quince y decidí darme a la música, más o menos. Y luego empecé con los petas, ¡qué bronca me cayó aquel día que me miraron a los ojos y lo único que se veía era rojo en lugar de blanco! Me acordaría de ella si hubiese prestado atención, pero para entonces mi madre ya no estaba en casa y a mi padre me lo pasaba por donde quería. Recuerdo que ese día fue mi primer ensayo con HYPNOSIS, éramos todavía unos críos, y ni siquiera nos conocíamos bien. Cada uno llegó de un grupo distinto, y el único que sabía medio cantar era yo. Poco a poco les enseñé a hacer los guturales de cada canción que ensayábamos, y Josh acabó cogiéndolos al vuelo y empezó a ser casi tan bueno como yo en aquello.
Según tocábamos más y más canciones, la gente se ponía más histérica que antes, y nosotros con ellos. Ya me había dejado de marear, creía que la droga dejó de hacer efecto cuando tocamos "Steal my soul again", la séptima del concierto, pero no. Seguía viendo mejor que nunca y el pulso me iba incluso más acelerado que antes. Pero no lo notaba.
Sólo cuando terminamos el concierto y Katt nos dio la enhorabuena a todos vi que tenía que acabar con todo aquello, que cada vez que veía algo relacionado con HYPNOSIS la sangre me hervía. Todo el mundo me miraba en plan: "Tío, lo has conseguido, ¿pero qué coño te ha pasado ahí arriba?". Y Kattie sobre todo.
La recordé sobre el escritorio de mi casa, en mi despacho.
-¿Qué haces Katt?-le había dicho.
-Nick, ya sé que esto está mal, y que los negocios no tienen que juntarse con la vida personal, pero es que tú me gustas de verdad y...
-Ya bueno, pero tú a mí no.
Recuerdo que salí dando un portazo, dejándola dentro aturdida. Al poco rato oí la puerta principal, y entonces supe que había salido al fin de mi casa.
Desde entonces nos tratábamos peor, yo le gritaba cada vez que hacía algo que me enervaba, o incluso cuando no lo hacía. Y ella parecía un gato en celo.
Y fue justo cuando volví al mundo el momento en el que me di cuenta de que Katt me estaba hablando, y no de muy buena manera.
-Eh, tú. Que qué coño te ha pasado ahí arriba.
Lo sabía, no se le podía quedar tranquilamente en los labios.
-Nada, un mareo.
-Y una mierda. Un colocón. ¡Nick, deja las jodidas drogas de una puta vez! ¿Tienes que acabar hecho mierda para que me hagas caso? Aprende a llevar la fama. Aprende a dar un concierto sin un trago antes, sin un peta o sin lo que quiera saberse que hayas hecho -justo entonces me cogió el brazo izquierdo, y miró todas las cicatrices que se me habían quedado de los pinchazos, ella aún no lo sabía-. Donante de sangre, ¿verdad?
Se fue taconeando hasta mi camerino, y la seguí.
-Pero, Katt ¿qué más te da mi vida? ¿Y qué coño haces aquí? -le grité.
-Pues me importas. Tú e HYPNOSIS.
-Claro, y yo me lo trago con patatas. A ti lo que te importa es lo que te pagamos, zorra.
Se quedó quieta, sin decir ni una sola palabra.
-Y si me disculpas, sal de mi camerino, quiero estar solo un rato. Necesito emoción.
No salió, se quedó sentada mirándome.
-Tú lo has querido -dije, me levanté de mi silla y busqué en una caja de la estantería un bote de cristal. Acto seguido me di la vuelta, abrí el armario, cogí el cofre azul y saqué una jeringa con su envoltorio. En la silla de la esquina izquierda estaba tirada la goma, la cogí y me la até al brazo haciendo fuerza con la mano derecha y con la boca para hacer el nudo por encima del codo izquierdo.
Llené la jeringuilla más de lo normal, y mientras miraba a Katt, apretaba el puño y me miraba cómo se me hinchaban las venas azules en el antebrazo. Encontré mi preferida.
-Eso, querida Kattie, va por ti.
Me pinché cerrando los ojos, y entré en un estado que no había conocido anteriormente.
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