martes, 19 de julio de 2011

Distance.

En el parque, sentada bajo unos árboles junto a su labrador blanco ya cansado del paseo, por lo que tumbado, se hallaba Nicolette. Serían en torno a las nueve y media de la noche, cuando aún algo se veía pero no lo suficiente con esa claridad de las siete de la tarde en verano.
No conocía muy bien esa ciudad, era la quinta vez que recordase que estaba allí, pero aún así se atrevía a pasear sola por las calles, incluso por las más inhóspitas. Tampoco dominaba el idioma de aquel país, ni tenía apenas gente con la que juntarse.
Las farolas del parque estaban encendidas, mas ella, sentada en el césped, apenas veía por la sombra que el gran pino incidía sobre ella.
Miró al cielo: totalmente despejado, y decidió cerrar los ojos y dejar que el ensordecedor gruñido de los pájaros, que a sus nidos volvían, le desplazase de aquel lugar y le dejase en blanco la mente para apartarle de pensamientos indeseados. No quería estar constantemente dándole vueltas a la cabeza sólo por él.
Hacía mucho que no lo veía, las vacaciones en la casa de su abuela materna se le hacían eternas, y la alejaban de Dublín, la ciudad en la que había crecido, cada verano. Le imaginó tal y como estaba cuando se despidieron; era una tarde de julio, habían quedado en casa como todos los viernes para ver una película o algo por el estilo. Pero el jueves anterior él había estado pensando muy detenidamente cada una de las palabras que iba a decirle aquella tarde.
"Esto no puede seguir así. Tú te vas y yo... yo también me voy y no sé qué hacer para no echarte de menos. Y al año que viene no nos vamos a ver tanto como este. Lo mejor es que dejemos esto. Lo mejor para los dos."
Eso es resumidamente lo que le había dicho, y acto seguido había salido de su casa, dejándola en su habitación lila con lágrimas en los ojos y una foto en la mano que ambos tenían. Era una foto en la que salían juntos, abrazados en la playa de espaldas al mar, sonrientes. Era de un viaje que habían hecho hacía ya un par de meses.
Nico se tumbó y abrazó a su perro con el brazo izquierdo.
Entonces los pájaros se callaron, y el parque quedó tan en silencio que se podría oír una mosca a metros de distancia.
"No lo voy a echar de menos" pensó. Y eso mismo intentó hacer durante lo que le quedaba de día escuchando su iPod a todo volumen, destrozándose los tímpanos.
Intentó hacerlo hasta que, de repente, sonó su canción y rompió a llorar desconsoladamente.

Bryan, en la otra punta del mundo, escuchaba adrede esa misma canción, con la foto de la playa en la mano, tirado en la cama del hotel nostálgico.

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