Y en la barra del bar, frente al camarero y nuestras copas
felizmente adornadas, tanto que casi parecía que sonrieran y que estuviesen
riendo con nosotros, estábamos él y yo, como si fuese la primera vez que nos
veíamos, contándonos cosas que no nos habíamos contado antes. Cosas que no
sabíamos el uno del otro, porque el cómo nos conocimos, fue de golpe; de
repente, inesperado.
No íbamos buscándonos, ni si quiera fuimos presentados
“legalmente”, y eso que teníamos varios amigos en común. Encontramos a nuestra
media naranja por casualidad, llámalo suerte, llámalo destino; llámalo como
quieras, como tus creencias te dejen. Pero eso es otra historia, una que no voy
a contar ahora aunque quizás más adelante, cuando venga a cuento y quiera
hacerla pública.
Cogí la copa y pegué un sorbo por la pajita, mientras
grababa esa risa en mi cabeza a base de ojearla una y otra vez, clavando la
mirada en esos perfectos dientes suyos que tan bien habían sido pulidos y
blanqueados en el dentista varios días atrás. ¿Qué le iba a hacer? Eran dientes
“falsos”, dientes de clínica, pero esa sonrisa no hubiese quedado tan bien en
ninguna otra persona; él sabía cómo llevarla, cómo lucirla y cómo asombrarme
con ella, cómo dejarme pasmada. Él dejó entonces de sonreír, cuando vio que
tenía la mirada fijada en ella, y me agarró la cabeza por debajo de la
mandíbula y me dijo algo que llevaba tiempo deseando oír.
–Te quiero,
no te fijes tanto en mí, aquí la bonita eres tú.
Y posó sus
labios sobre los míos, dejándome petrificada, sólo sintiéndole a él, y
prestando aún más atención en él. Miré entonces sus ojos, y me fijé en que me
veía reflejada a la perfección. Un retrato de mí en él. Yo dentro de su ser. Yo
y él, la misma persona, la misma alma.
Pensé
entonces en cómo había cambiado mi vida. Para bien podía numerar infinitos
motivos, infinitas causas, pero para mal me costó encontrar una sola. F hizo
ademán de levantarse, y yo le paré presionando con la mano sobre su pierna
izquierda. Volvió a sentarse.
–¿Qué pasa?
¿Ya ni me dejas ir al baño? –preguntó alarmado.
Dentro de
mi cabeza había dos voces que se peleaban diciendo “A: el pobre chico tiene sus
necesidades…” y “A: ni le dejes poner un pie fuera de la barra metálica del
taburete a no ser que sea para ir a casa contigo”. Opté por fusionarlas, y
dejarle patidifuso con una mirada de fuego ardiente, cuyo combustible era mi
ser, mi esencia, toda yo y mis formas de amarle.
–No; no sin
mí.
Y volvió a
besarme, pero esta vez se me hizo eternidades la duración del beso, sólo
recuerdo levantarme a la mañana siguiente en su cama, con el desayuno ya
preparado en una bandeja sobre mí.
klfsdghlhfdgdhfoigrd, no se quien será ese tal "F", pero desde luego, debe de estar llorando de alegría por todo esto...(:
ResponderEliminarTe amo.
precioso.
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