lunes, 4 de abril de 2011

Farewell (III)

-¿Y de qué quieres que hablemos? ¿De que ya no puedes más? ¿De que estar sola cinco días no es lo tuyo, de que necesitas a alguien?
  Cinco días; ella ni se había percatado de que habían sido tan pocos. Cuando estaban juntos los días se pasaban cortísimos; pero el tiempo que se habían separado se le estaba pasando eterno. Ella ya había contado un mes de pocas noches, tenía ojeras de lo poco que había dormido, pero un mes entero. Se dio cuenta entonces de que no vivía el presente cuando con él no estaba, de que nunca lo había vivido hasta dar con su "media naranja", como muchos los llamaban. Siempre se refugiaba en él, y no sabía qué día era hasta que él se lo decía, porque de nadie más se fiaba.
  Empezó de pronto a verlo todo negro, literalmente, mientras pensaba en cómo decírselo, y casi a tientas, intentó apoyarse sobre las manos en la mesa, pero le fallaron los codos y acabó a dos palmos del suelo, en los brazos de Mario, que la había cogido antes de tocar con la cabeza el parqué de la habitación.
-¿Qué te pasa? gritó él, siendo esto lo último que oyó antes de quedarse dormida.
  A la mañana siguiente despertó, con un dolor de cabeza nivel diez, en una habitación que bien conocía mas no era la suya, el móvil en la mesilla que no había parado de sonar durante toda la noche y con Mario enfrente, sentado en una silla mirándola, con los ojos como platos.
-¿Estás mejor, Lú? –preguntó a la vez que bostezaba, se notaba que no había dormido durante toda la noche ni un solo minuto.
  Ella intentó abrir la boca y hablar, pero no le salieron las palabras hasta que carraspeó un poco.
-Sí, ¿qué pasa? –preguntó incorporándose, miró a la mesita y, poniéndose la bandeja del desayuno que Mario siempre le preparaba sobre las rodillas, movió los labios diciendo "gracias" y empezó a comer.
-Ya lo sabes, viniste calada, a pesar de que decías que llovía "poco". Y de repente, al suelo te caíste. Eso pasó, así de fácil. Lo que aún no sé es de qué querías hablar.
-Ah, sí... Ya –le hizo un gesto para que se sentase a su lado, dando golpecitos en la colcha y echándose hacia el otro borde de la cama. Él se sentó, y la cogió por la cintura, pensando que así estaría más cómoda o, por lo menos, más segura.
-Dime, te escucho.
-Ayer me llamaste, me acuerdo, vine corriendo para decirte que yo también, que te necesito.
-Pero...–empezó él, temiéndose algo.
-Pero me voy. En cuatro meses ya no estoy aquí. Me mudo a otro país, ciudad, todo. Con mi familia, culpa del trabajo de mis padres.
  Él se quedó en shock, sin saber qué decir, qué hacer o cómo besarle. Así que, se limitó a dejar que ella le besara en la mejilla, cogiese sus cosas y se fuera de la casa. Dejando pasar el tiempo.

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