sábado, 6 de agosto de 2011

Trying to escape you can learn lots of things. You can also fall in love (II)

Claro que había pasado algo, y Víctor lo sabía perfectamente. Algo tan grave para él que no lo había contado a nadie, y ya hacía varios meses que no salía, que no hacía otra cosa mas que quedarse parado en su habitación, que no se despegaba de su silla ni para comer algunas veces.
–No ha pasado nada más . –terminó diciendo, después de haber pensado bastante en lo que había pasado y en su respuesta.
–¿Nada de nada? –inquirió.
–Nada de nada –repitió Víctor, pero sin esa entonación de pregunta inquisidora.
–No te lo crees ni tú, chaval –dijo con una sonrisa en la boca.
Emma sabía cómo leer perfectamente una expresión en cualquier cara, no se le escapaba ni una arruga cuando le interesaba hacerlo. Podía adivinar lo que sus ojos decían, y los de Víctor, en ese momento, delataban que lo que acababa de decir era completamente mentira.
–Claro que me lo creo, y tú también –dijo, y en cuanto hubo acabado de decirlo Emma notó que no era verdad.
–Y Emma se chupa el dedo, ¿a que sí? –paró un instante para mirar la puesta de sol, que ya se había desvanecido en el horizonte, así que devolvió la mirada a las estrellas, en busca de la luna. El cielo estaba totalmente despejado, e incluso las más pequeñas luces de las estrellas más remotas se veían claramente. Había luna creciente aquella noche, y Emma recordó que su abuela solía decirle que el pelo había de cortarse con esa luna para que creciese fuerte. Casi brotó de uno de sus ojos una lágrima al acordarse de ella, hacía poco que la había dejado.– Mira, no me creo ni una pizca de lo que me estás diciendo –se frotó el ojo, liberándose de la lágrima que antes no había tenido el valor de resbalarse por la mejilla y se levantó, mirando hacia Víctor, que había vuelto a juguetear con los pies.– Así que, cuando te aclares y sepas que no quieres mandar todo a tomar por culo solamente por eso, que en realidad hay algo más, y me lo quieras contar, estoy dispuesta a escucharte, hasta entonces, encantada.
–¿Y cómo quieres que te lo cuente si tú no haces por escuchar? –se levantó él también.
–¿Cómo que yo no hago por escuchar? ¿A caso no me he tragado ya mucho contando con el hecho de que no te conozco de nada?
–O sea, no digo eso, digo que… no me das ni un solo consejo, sólo te quedas ahí diciendo que lo que te cuento es poco, que no tengo razones.
–¿Y es que no es así? ¿Seguro de que no hay más?
Víctor se calló, se volvió a sentar y esta vez con la cabeza entre las manos.
–La gente se ha olvidado de mí, ¿comprendes? –dijo entre sollozos, y Emma lo notó.
Se sentó junto a él, contenta por haber conseguido lo que quería, que le dijese la verdad, mas triste por ver así a su nuevo amigo, llorando por algo que ni ella comprendía.
–Estoy segura de que eso no es así –ella tampoco debería mentir, sabía perfectamente que esta vez sí era cierto lo que le había dicho.
–No lo estés tanto –subió la cabeza y se frotó un poco los ojos, pero algunas lágrimas más brotaron y bajaron por sus mejillas hasta su mentón.
–Eh, mírame –le sonrió mientras cogía si barbilla y posicionaba su cabeza de tal modo que pudiese verle. Consiguió que él también esbozara una pequeña sonrisa aunque breve.–: Los chicos grandes no lloran –secó sus lágrimas desde los ojos hasta el mentón, siguiendo el recorrido que ellas mismas habían trazado por la cara de Víctor.
Entonces sí que lo consiguió, y esta vez su sonrisa no se desvaneció tan pronto como antes, esta vez se quedó ahí un par de segundos, y no desapareció por completo cuando volvió a mirar al suelo.
Empezó a sonar una musiquilla, y Emma tuvo que disculparse para coger el móvil, su padre la llamaba preocupado, casi furioso.
Fue cuando la luz del teléfono de Emma le iluminó la cara por completo al mirar de quién se trataba la llamada cuando Víctor se dio cuenta de cómo era de verdad. Antes sólo podía haber atisbado unos ojos oscuros, una nariz respingona y una labios que contenían la sonrisa más blanca que había visto en su vida. Su pelo, a la luz de la poca luna que había aquella noche y de las estrellas, parecía granate.
En realidad vio, con la luz de aquel móvil, que Emma tenía los ojos verdes, pero no demasiado claros, era un verde oscuro precioso; vio que Emma tenía la nariz respingona, sí, pero rodeada de pequeñas pecas, que la hacían aún más dulce, el puente perfectamente hundido hacia adentro, pensó que le quedaría genial un piercing en ella, especialmente en el lado derecho, un arito de plata, y así la imaginó; vio que Emma tenía unos labios perfectamente proporcionados y delimitados, parecían incluso pintados de rojo carmín, y que sus dientes eran tal y como los había intuido antes, blancos cual perla y alineados con total precisión; y finalmente vio que Emma tenía el pelo ondulado, flequillo hacia un lado (el izquierdo) que le pasaba justo por encima del ojo de dicho lado, tapándole la ceja –las tenía finitas, casi tan delimitadas como sus labios– por completo, y éste era de un color que no había visto nunca en el pelo de una chica: era pelirroja, sí, pero no era esa mala mezcla de castaño y rubio, era una completa mezcla de rojo y rojo. Su pelo no era naranja ni con la luz, era rojo, completamente rojo.
–Vale, ya voy –Emma colgó el móvil–. Ya has oído, tengo que irme –y puso una mueca de decepción y preocupación juntas.
–Vaya… bueno, supongo que ya te veré, ¿no? –se levantó para estar a su altura, y entonces se fijó de que no le sacaba más que cuatro o quizás seis dedos. Era alta.
–No creo, no suelo venir mucho por aquí… ¿qué te parece: mañana aquí a las mmm –se lo pensó durante unos segundos– ocho?
–Perfecto, pero justo aquí, si no te veo quizás me enfade –bromeó.
–Tira a casa, “Tor” –volvieron a echar a reír–, tu padre estará igual de preocupado que lo estaba el mío. ¡Hasta mañana!
Salió corriendo, mas ella no huía de él ni de nadie, simplemente intentaba ser puntual para poder volver allí al día siguiente.
Él tardó más en volver a casa, lo hizo cuando, ya no viendo a Emma en el horizonte, se hartó de esperar allí sin una chaqueta, se estaba muriendo de frío.
Tardó un par de minutos en llegar, no estaba muy lejos, y en cuanto lo hizo subió a su habitación sin pensárselo dos veces. Sin responder a ninguna voz.

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