sábado, 4 de febrero de 2012

To miss.

Estaba sentado en un banco del parque a las afueras de la ciudad, con una bolsa roja donde guardaba el agua y todas las cosas necesarias para su diario entrenamiento de baloncesto. Miraba hacia el frente, y de vez en cuando hacia los lados como si buscase a alguien, y yo sabía muy bien a quién esperaba.
Aceleré el paso hasta que me vi corriendo hacia él, moviéndome rápido mas sigilosamente para taparle los ojos y que adivinara mi nombre. Ese día estaba especialmente guapo. Llevaba el pelo mojado y alborotado por el entrenamiento e iba completamente de rojo. Adoraba ponerme esa camiseta para estar por su casa; era roja sin mangas, con su nombre en blanco atrás y el número nueve: una camiseta normal y corriente de baloncesto, pero suya.
—Sé que eres tú; aparta —no lo hice, cosa de la que me arrepentí al segundo. Sacó las manos de los bolsillos y las posó en mi cintura, que estaba justo detrás de su cabeza. Entonces me di cuenta de lo que estaba a punto de hacer. Pegué un salto con la primera tanda de cosquillas, pasé por encima del banco y me senté en la parte superior, sobre el respaldo. Él se levantó, se puso frente a mí y me besó en la mejilla.
—¿Cuánto tiempo has estado esperando? —pregunté.
—No mucho para ser tú; la “más-tardona-del-mundo”.
Reí, bajé a sentarme bien en el banco y di dos golpecitos al lado mío con la palma de mi mano sobre la madera para indicarle dónde debía sentarme. No me hizo caso. Me cogió la mano derecha y tiró de mí hasta levantarme y ponerme delante de él. Me rodeó con sus brazos, y noté cómo sus manos se unían justo al final de mi espalda.
—Te quiero —dijo, y seguidamente me besó, dejándome inmóvil y pálida, sin reacción alguna. Poco después se apartó, y pude verle esos preciosos ojos verdes—. Echaba de menos esto, ¿sabes?
—Define “esto”, por favor —dije entre risas, a pesar de ser un momento serio.
—Pues tú, estar contigo, abrazarte y besarte.
—¡Pero si sólo hacía tres horas que no me veías! —volví a reír, y baje la mirada al suelo. Él me cogió la cabeza por la barbilla y me la subió hasta que volví a mirarle a los ojos.
—Pues eso, que te echaba de menos.

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