sábado, 6 de agosto de 2011

Trying to escape you can learn lots of things. You can also fall in love (I)

Corría. Corría tanto que le faltaba el aliento de tal forma que tuvo que parar de inmediato, a los pocos minutos de empezar.
Intentaba huir de todo, incluso de aquello por lo que había vuelto.
Estaba completamente fatigado, así que se sentó encima de lo primero que pilló a mano: la raíz de un árbol que sobresalía. Tendría más o menos un metro de ancho.
–¿Qué haces aquí solo? –le dijo alguien que ni conocía mientras se sentaba a su lado. Su voz era dulce, se notaba la buena intención.
Leave me alone –pronunció el en perfecto inglés, intentando huir también de una conversación con un extraño. Bueno, más bien esta era una extraña.
Hacía días que no tenía una de las realmente interesantes que solía tener con cualquier persona. Era ya casi completamente de noche, las estrellas asomaban ya aunque enfrente suyo los colores rojos se mezclaban con los azules, volviendo el horizonte casi perfectamente violeta.
–Mira, sé lo que sientes, y también sé que no tienes para nada pinta de inglés –dedujo en voz alta, y subió la vista hasta sus ojos. Ella sabía perfectamente lo que estaba haciendo, y los verdes ojos de aquel chaval al que ni conocía lo confirmaban.
–No, no sabes nada –y, solo para llevar la contraria, bajó los ojos hasta el suelo y empezó a mover los talones, chocándolos suavemente entre ellos y balanceándolos hacia los otros lados.– Vete, por favor.
“Vete, por favor”, volvió a sonar en su cabeza, y también en la de ella.
Emma hizo caso, se levantó de aquel tronco y empezó a andar titubeante, mirando hacia atrás a cada paso que daba. Pero él seguía inmerso en sus pies, en hacer caso a cualquier cosa menos a ella, en no dejar de mirar esa flexible ramita que salía del suelo.
Ella, por otra parte, dejó de volver la cabeza, y se concentró en el sonido que sus nuevas zapatillas hacían en la hojarasca. Era otoño y ya todas las hojas habían caído de los árboles de aquel bosque, estaban secas y esto producía un bello sonido a los oídos de Emma, que se divertía oyendo “chak chak” cada vez que daba dos pasos.
Víctor pensó que ella ya estaba lo suficientemente lejos como para que le oyera, pero aún así no subió demasiado la voz para decirle lo que pensaba.
–Siento haber sido tan grosero contigo. Ven, siéntate, si aún te apetece.
Emma se dio la vuelta, nada decidida, y se acercó hasta estar a cuatro grandes pasos de él.
–¿Qué? –susurró, tan bajo que apenas él pudo oírle.
–¿Qué? –repitió él, al no haber entendido lo que Emma acababa de decir.
–He dicho que qué.
–¿Que qué qué?
–Que qué.
–¿Qué? –dijo él, y tras esto los dos comenzaron a reír a carcajadas.
–Dejémoslo. Soy Emma, y tú eres…
–Tor. Todo el mundo me llama Tor, pero en realidad soy Víctor.
–Pues a mí me gusta más tu nombre completo, no pienso llamarte “Thor”, o “Tor”, o como–se–diga.
–Adelante, para ti seré como para mis padres, Víctor.
–Y, ¿qué te pasaba hace un minuto, Víctor?
Le contó cómo había llegado hasta allí, por qué había dejado la mesa en la que toda su familia estaba cenando y qué le pasaba exactamente. Le dijo que estaba completamente harto de todo, que tenía ganas de irse de allí, de tener dieciocho años y de poder conducir su propio coche, de poder viajar a Londres, a Nueva York y a Singapur él solo todo lo que quisiese.
También le contó que no podía soportar más a sus dos hermanas, a su padre y a su madre, que no iba a aguantar otros dos años con ellos, que necesitaba echar a  volar, pero que su padre no le quería dejar abandonar el nido.
–Bonita metáfora para referirte a que los quieres perder de vista.
–No estoy diciendo eso, Emily…
–Emma, me llamo Emma –le interrumpió, un tanto enfadada.
–Eso, perdona. Soy muy malo con los nombres –mentía, se le daban genial, y él mismo sabía, cuando le había llamado Emily, que ese no era su nombre, que era Emma. Pero siempre lo hacía, con todo el mundo, para saber si le interrumpían, para comprobar que le escuchaban y que le estaban prestando atención, para saber si se enfadaban cuando le llamaban por otro nombre que no fuera el suyo.
–No me lo creo. Me has estado llamando Emma todo el rato, y de repente me llamas Emily… Algo no me cuadra, a no ser que te hayas puesto a pensar en otras cosas.
–Pero qué lista eres. Nada, déjalo, siempre lo hago.
–Venga, “Tor” –rió un poco al llamarle así–, ¿por qué dices que no es que los quieres perder de vista? Ambos sabemos, bueno, por lo menos yo, que eso es lo que de verdad quieres, dejar de verlos una temporada, anhelarlos durante un par de días para volver con ganas a sus brazos. Alguien no deja a su familia así como así, y más viniendo de Inglaterra, de haber pasado un mes de verano perfecto allí. Algo más habrá pasado para que quieras salir de esta ciudad.

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