Voy a ir al grano, nada de miramientos: Cuento historias, reales o no, ficticias o vividas por mí misma, imaginadas al detalle o captadas con mis cinco sentidos. Pero siguen siendo historias. Dales poca o mucha importancia, pero no te olvides de dejarme relámpagos.
miércoles, 30 de marzo de 2011
Farewell (I)
viernes, 25 de marzo de 2011
Cry.
domingo, 20 de marzo de 2011
Crossing the river (II)
Pasaron las horas, pero Celeste no se daba cuenta de que el reloj de la habitación se había parado hacía ya tiempo, ni de que su madre estaba fuera llamándola, ni de que la luz que tenía la habitación no era natural, sino fluorescentes artificiales que colgaban del techo. La niña siguió jugando y jugando sola, aunque se sintiera acompañada por esos juguetes. Su madre, preocupada, llamó a la policía, y la estuvieron buscando toda la noche. Ella, mientras tanto, dormía en la cama de aquella habitación, sin oír las sirenas de los coches que había al otro lado del río, junto a su verdadera casa. Por la mañana la despertó un niño de dos años más que ella.
-¿Qué haces aquí? ¿Es que no tienes casa?
Celeste se levantó aturdida de la cama, preguntándose dónde estaba y qué había pasado.
-Yo... Me llamo Celeste -dijo la niña-. Soy tu vecina, aunque nunca había cruzado el río y no sabía que aquí viviese alguien. ¿Por qué no juegas nunca con nosotros? ¿Es que no te dejan salir de casa tus padres?
El chico se quedó callado al oír lo que le había dicho la niña.
-Yo sólo puedo relacionarme con los que vienen a esta casa. Me llamo Carlos.
Ambos miraron a los juguetes y se pusieron a inventar historias juntos. Se volvió a hacer de noche. A la niña no le parecía raro estar un día entero sin pasar por su casa o sin comer, pero su madre estaba que se subía por las paredes, y la policía ya había rastreado los alrededores. Cuando Carlos y Celeste fueron a acostarse, Carlos le dijo algo.
-No puedo hacerte esto, Celeste. Tú tienes unos padres que te quieren y se preocupan por ti. Sólo te pido que no le cuentes esto a nadie, porque no te creerán. Yo no vivo aquí, y tú tienes que irte antes de que se haga completamente de noche y no puedas volver a cruzar el río más. Adiós.
Celeste no sabía de lo que hablaba, pero como ella era la pequeña le hizo caso y salió por la puerta, cruzando de nuevo la hierba alta y pasando por el puente.
Resbaló, pero no llegó a caerse al agua porque Carlos la cogió por las manos. En cuanto Celeste hubo subido al puente de madera de nuevo, y se hubo levantado, fue a darse la vuelta para darle las gracias, y cuando lo hizo, el niño ya no estaba. Había desaparecido.
martes, 15 de marzo de 2011
Crossing the river (I)
lunes, 14 de marzo de 2011
Raining cats and dogs.
domingo, 13 de marzo de 2011
Goodbye.
Siempre las consideramos horribles, cargadas de sentimientos negativos y con una cara triste. ¿Por qué? Porque nos gusta tener a esas personas cerca, porque echar de menos nunca nos ha parecido algo bonito.
Hay gente a la que aprecias, y si está lejos o te es difícil verla, todo se vuelve de un color grisáceo cuando se van, o cuando te vas. Pero siempre te queda ese regustillo dulce en la boca de haber pasado tantos momentos con ellos, aunque sepas que quizás no los vuelvas a ver en seis meses, aunque siempre puedes rezar por que todo salga bien y porque los veas antes de lo esperado. Y en realidad, es ese regustillo el que te hace sonreír un día después, aunque con cara de nostalgia, recordarlo todo en un momento y reírte por ese chiste que te contaron, o por ese comentario que hizo. O, mejor aún, por ese golpe que se llevó cuando dijo algo inapropiado o simplemente porque te apetecía pegarle.
Y, al fin y al cabo, sabes que lo vas a echar de menos, pero no por eso hay que estar triste, no por eso hay que quebrarse la cabeza. Hay que darle tiempo al tiempo, espérate a cumplir los diecisiete, o a irte a dormir a casa de tu mejor amiga, o a que pase un año de cuando conociste a alguien importante.
Siempre quedará mirar todo por el lado positivo y pensar:
miércoles, 9 de marzo de 2011
Bookmarks (V)
martes, 8 de marzo de 2011
Bookmarks (IV)
lunes, 7 de marzo de 2011
Bookmarks (III)
domingo, 6 de marzo de 2011
Bookmarks (II)
sábado, 5 de marzo de 2011
Bookmarks (I)
-Qué bonita está la luna esta noche, ¿no crees? –dijo mientras rodeaba mi cintura y me propinaba un beso no exigido en la mejilla, sonreía esperando una respuesta monosílaba y volvía a mirar aquel astro que radiaba luz de una forma conformista, aun sin haberla conseguido todavía.
Hacía poco que nos conocíamos, y aún así, habíamos llegado a ser más que amigos. Apenas recordaba cómo fue nuestro primer encuentro…
-¿Está ocupado? –dijo con una sonrisa de oreja a oreja, señalando el asiento contiguo al mío. Yo simplemente ladeé la cabeza, haciendo obviar un “no” por respuesta. Seguidamente, se sentó a mi lado, pasó el brazo por encima de mi regazo para coger el periódico y se disculpó con un “lo siento” y una cara vergonzosa. Supuse que sería por haber invadido mi espacio. No contesté, estaba absorta leyendo el libro de poesía que tenía en las manos. Lo habría leído ya como cinco veces, pero esas palabras con las que el autor expresaba sus sentimientos hacia su amada, ese amor no correspondido y esas ganas sobrehumanas de besarla a pesar de las consecuencias me hechizaban, y no importaba cuántas veces antes las hubiera leído, siempre provocaban en mí sensaciones distintas aunque parecidas a las anteriores.
Recuerdo que solía, por esa época, señalar los libros con un marca páginas hecho por mí misma, con dibujos que nada decían y con mi nombre y teléfono abajo, en una orilla, por si el libro llegaba a manos honradas tras su pérdida y me lo devolvían después.
Inmersa en mis rimas, a la par que leía me bajé del metro, y mientras subía las escaleras sentía como que algo me faltaba, pero no le di la más mínima importancia al ver que llevaba el bolso colgado, con la cartera, el móvil y las llaves de casa dentro.
Llegué a casa en dos minutos, estaba justo encima de la boca del metro, y dejé el libro sobre la mesa del hall, boca abajo y abierto por la página por donde estaba leyendo. Era la hora de comer, así que me puse manos a la obra y cociné unos pocos espaguetis con tomate, que me comí en un plis-plas del hambre que tenía. Puse la tele, vi un poco los informativos para enterarme de lo que pasaba por el mundo, y retomé mi libro con ganas tumbada en aquel estrecho sofá.
Me quedé dormida del cansancio que traía del trabajo hasta que alguien llamó a mi teléfono.
-¿Sí? –dije mientras lo cogía, con una voz adormilada y casi llena de furia.
-Hola, soy el chico del metro, te has dejado tu marca páginas, y como he visto que tenía el nombre y el teléfono supuse que era importante para ti.
-No, no tiene valor sentimental para mí, pero muchas gracias –colgué, justo después de oír un sordo suspiro procedente de la otra línea de teléfono.
Recuerdo que en ese instante no me preocupé por nada, simplemente volví al sofá, y como no podía dormirme, retomé mis rimas con entusiasmo. Pero mientras iba leyendo, me preguntaba por qué había sido tan borde con aquel chico, por qué no había sido más agradecida, así que, quince minutos después de planteármelo seriamente, cogí el móvil y llamé al número.
-¿Diga? –contestó, con voz desconfiada. No se parecía en nada a la voz contenta que tenía antes, en la antigua llamada.
-Hola, mira, soy yo, la de antes del marca páginas con dibujitos –estaba tensa, así que cogí aire y me calmé un poquito–. He sido una grosera, lo siento por lo de antes. ¿Podríamos quedar para tomar algo y me lo devuelves?
-Esto… No sería ningún problema para mí, pero es que yo no soy “ese chico que te ha llamado antes” –la cara que se me quedó en ese momento fue un auténtico show, siempre me arrepentiré de no haberla fotografiado–. Pero si quieres, puedo darte su número, acaba de salir a comer algo, así que con suerte podrías pillarlo por ahí, seguramente se haya llevado un libro para leer con tu importante marca páginas –rió, y yo con él.
-Vale, sí, de acuerdo. Dame su número.
Me dio su teléfono y lo anoté en un papel, y lo pegué con un imán en el frigorífico.