lunes, 14 de marzo de 2011

Raining cats and dogs.

  Ella, sentada en la parte superior de un banco marrón, en un parque de una ciudad no conocida, se miraba las zapatillas y jugaba con la palestina del chico que tenía delante.
  Él, enfrente de ella, alternando la mirada entre su boca y sus ojos, permanecía de pie esperando alguna palabra.
  Ella le miraba, le suplicaba un beso y sucedía. Él se acomodaba a sus labios, y le cogía por detrás de la cabeza mientras jugaba con su pelo.
  Ella le volvía a pedir otro beso, y así podían los dos pasar la tarde. Sentados en un banco, sin nada que decir pero mucho que contar. Él cogió su mano y la llevó hasta su casa, parándose antes en uno de los soportales que había delante de otro portal.
-¿Te gusta mojarte? –dijo, mirando al cielo que empezaba a precipitar pequeñas gotas de lluvia.
-Pues no demasiado, aunque todo depende del momento, de con quién lo compartas y del porqué –le contestó la chica, dejándose llevar por los brazos de él, que rodeaban su cintura y la exponían al agua que caía del cielo. Rió–. Esta es la típica escena de película romántica en la que…
  Y él presionó sus labios contra los de ella, sellándolos, callándola, provocando un momento mágico e irrepetible.
  “Me estoy mojando”, pensaron los dos, pero sabían que preferían mojarse mientras se besaban antes que apartarse y salir por patas hasta topar con un techo donde cobijarse. Llegó el momento de despedirse, y con otro de sus múltiples besos sellaron un “nos vemos”, seguido de varios “te quiero” que salían de ambas bocas.
  Llegaron los dos a sus respectivas casas, y pensaron que qué pena era el secarse y el no estar mojados bajo la lluvia.

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