-¡Damas y caballeros, pasen y vean las maravillas que en este circo se acumulan! -decía un señor raramente trajeado en la puerta de la carpa principal, justo al lado de la taquilla de las entradas.
-¿Quieres ir tú a comprar las entradas, pequeña? -me dijo mi tío- Yo te espero aquí -y me guiñó un ojo de esa forma que siempre hacía cuando quería conseguir que su sobrina favorita, como él decía, hiciese algo por él.
-Por supuesto -dije con la más grande de mis sonrisas, cogí el dinero que me tendía con la mano derecha y fui trotando hasta la taquilla, pidiéndole al señor dos entradas y una bolsa de palomitas dulces. Lo pagué y volví a trotar hasta mi tío, que me esperaba con los brazos abiertos para cogerme en volandas y sujetarme en su cintura.
Pasamos al circo, y la verdad es que de ahí dentro no recuerdo nada, mas que mirar a mi tío de vez en cuanto y abrazarle y apretarle el brazo izquierdo, sonriendo forzosamente pero no falsa mientras lo hacía, como acto de agradecimiento por aquellas entradas.
Y es curioso que, a veces, recordemos momentos vacíos con personas importantes. Es curioso que no nos acordemos de lo que hemos hecho, pero sí de con quién hemos compartido ese momento.
Se ve que, lo que al final cuenta, no es lo que hagas, sino con quién.
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