viernes, 4 de marzo de 2011

Circus

Hace tiempo (bastante tiempo), cuando era pequeña, mi tío me llevó al circo. Era muchas carpas, y una central enorme, colocadas en un descampado gigante para que cupiese todo. Llevaban animales de todas las partes del mundo, de todos los rincones del planeta. Mi tío me dijo que hasta había un marciano, pero yo no le creí, porque esbozó esa sonrisa que siempre hacía cuando decía una mentirijilla.
-¡Damas y caballeros, pasen y vean las maravillas que en este circo se acumulan! -decía un señor raramente trajeado en la puerta de la carpa principal, justo al lado de la taquilla de las entradas.
-¿Quieres ir tú a comprar las entradas, pequeña? -me dijo mi tío- Yo te espero aquí -y me guiñó un ojo de esa forma que siempre hacía cuando quería conseguir que su sobrina favorita, como él decía, hiciese algo por él.
-Por supuesto -dije con la más grande de mis sonrisas, cogí el dinero que me tendía con la mano derecha y fui trotando hasta la taquilla, pidiéndole al señor dos entradas y una bolsa de palomitas dulces. Lo pagué y volví a trotar hasta mi tío, que me esperaba con los brazos abiertos para cogerme en volandas y sujetarme en su cintura.
Pasamos al circo, y la verdad es que de ahí dentro no recuerdo nada, mas que mirar a mi tío de vez en cuanto y abrazarle y apretarle el brazo izquierdo, sonriendo forzosamente pero no falsa mientras lo hacía, como acto de agradecimiento por aquellas entradas.
Y es curioso que, a veces, recordemos momentos vacíos con personas importantes. Es curioso que no nos acordemos de lo que hemos hecho, pero sí de con quién hemos compartido ese momento.
Se ve que, lo que al final cuenta, no es lo que hagas, sino con quién.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Licencia Creative Commons
Este obra de Ana Gracia Martínez está bajo una licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.