lunes, 28 de febrero de 2011

Endless

Las cosas quiebran, hay un instante en el que se rompen. A veces para siempre, a veces momentáneamente.
Los estados de ánimo, las amistades, las sonrisas... todo tiene un fin. Pero un fin no siempre es algo malo, tiene dos caras.
Está la cara que siempre vemos. La de "se acabó, no puedo más, me doy por vencido, nunca voy a conseguirlo", y todas esas memeces que se nos pasan por la cabeza. Pensamos que se nos echa el mundo encima, que se nos ha caído el cielo en la cabeza, o yo qué sé. Creemos que hemos tirado la casa por la ventana, que nada volverá a ser lo mismo, como antes, como en los viejos tiempos. Creemos que no hay vuelta atrás y que hagas lo que hagas, lo único que vas a conseguir es empeorar la situación. Pensamos que por mucho que lo intentemos no vamos a cambiar ni una pizca lo que hemos hecho, pensamos que se ahí, en ese final se nos acaba todo, que es el definitivo. Que para qué vivir más sin eso que teníamos antes.
Y luego, está la cara que solemos ocultar, que no nos damos cuenta de que está ahí pero acaba por florecer tarde o temprano. Es esa de "en un final siempre hay un nuevo comienzo". Lo peor de todo es que hacemos como que no existe, como que en un final no hay nada que pueda empezar. Y si lo piensas, siempre que ha acabado algo en tu vida, ha ocurrido algo nuevo. Quizás mejor, quizás no, pero ha pasado.
No podemos anclarnos a lo viejo, pensando que es lo correcto o lo ideal. Tenemos que aspirar a más, no volvernos unos simples pasivos que nada obran por lo novedoso. Hay que apostar por lo raro, por la minoría.
Porque, al fin y al cabo, ¿qué final más que la muerte es definitivo?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Licencia Creative Commons
Este obra de Ana Gracia Martínez está bajo una licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.