martes, 15 de febrero de 2011

Breve, sencillo, cargado de razón.

Una vez, hará lo menos cinco años, me preguntaron por qué era tan feliz, por qué nadie podía quitarme esa sonrisa. Si es que no estaba triste nunca.
¿Tú te acuerdas de cuando nada te deprimía o te quitaba las ganas de vivir? ¿Recuerdas cuando ni pensabas, te limitabas a actuar riendo siempre? Lo piensas y te das cuenta de que eran buenos tiempos, ¿no? Quizás los más alegres de tu vida, sin preocupaciones ni obligaciones. Que con un trozo de papel te divertías, que tenías la imaginación suficiente como para convertirlo en el rey de los reyes, y a su lado dibujar a su amada, a su eterna reina. Que los recortabas, y jugabas con ellos. Y después de éstos venía el caballo, y algún que otro habitante del pueblo, hasta formar así un ejército de muñequitos de papel dibujados a lápiz, o a bolígrafo para los que eran más arriesgados.
Y puedes recordarlos tan fácilmente como cogiendo otra hoja de papel, un lápiz y una goma y poniéndote a hacer círculos sin ton ni son.

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