domingo, 20 de marzo de 2011

Crossing the river (II)

  Corrió las cortinas para dejar que el sol inundase por completo y bañara cálidamente la habitación. Se extrañó al abrir el armario y ver ropa colgada, pero los juguetes que había ahí dentro le provocaron una sonrisa de oreja a oreja, y lo único que se le pasó por la cabeza fue sacarlos y ponerse a jugar en la alfombra color pistacho que había en el suelo.
  Pasaron las horas, pero Celeste no se daba cuenta de que el reloj de la habitación se había parado hacía ya tiempo, ni de que su madre estaba fuera llamándola, ni de que la luz que tenía la habitación no era natural, sino fluorescentes artificiales que colgaban del techo. La niña siguió jugando y jugando sola, aunque se sintiera acompañada por esos juguetes. Su madre, preocupada, llamó a la policía, y la estuvieron buscando toda la noche. Ella, mientras tanto, dormía en la cama de aquella habitación, sin oír las sirenas de los coches que había al otro lado del río, junto a su verdadera casa. Por la mañana la despertó un niño de dos años más que ella.
-¿Qué haces aquí? ¿Es que no tienes casa?
  Celeste se levantó aturdida de la cama, preguntándose dónde estaba y qué había pasado.
-Yo... Me llamo Celeste -dijo la niña-. Soy tu vecina, aunque nunca había cruzado el río y no sabía que aquí viviese alguien. ¿Por qué no juegas nunca con nosotros? ¿Es que no te dejan salir de casa tus padres?
  El chico se quedó callado al oír lo que le había dicho la niña.
-Yo sólo puedo relacionarme con los que vienen a esta casa. Me llamo Carlos.
  Ambos miraron a los juguetes y se pusieron a inventar historias juntos. Se volvió a hacer de noche. A la niña no le parecía raro estar un día entero sin pasar por su casa o sin comer, pero su madre estaba que se subía por las paredes, y la policía ya había rastreado los alrededores. Cuando Carlos y Celeste fueron a acostarse, Carlos le dijo algo.
-No puedo hacerte esto, Celeste. Tú tienes unos padres que te quieren y se preocupan por ti. Sólo te pido que no le cuentes esto a nadie, porque no te creerán. Yo no vivo aquí, y tú tienes que irte antes de que se haga completamente de noche y no puedas volver a cruzar el río más. Adiós.
  Celeste no sabía de lo que hablaba, pero como ella era la pequeña le hizo caso y salió por la puerta, cruzando de nuevo la hierba alta y pasando por el puente.
  Resbaló, pero no llegó a caerse al agua porque Carlos la cogió por las manos. En cuanto Celeste hubo subido al puente de madera de nuevo, y se hubo levantado, fue a darse la vuelta para darle las gracias, y cuando lo hizo, el niño ya no estaba. Había desaparecido.

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