martes, 8 de marzo de 2011

Bookmarks (IV)

  Entonces, recuerdo que me planteé entrar o no varias veces, y decidí no hacerlo, darme media vuelta y seguir andando. Mi móvil empezó a sonar, y tardé en encontrarlo dentro del enorme bolso que llevaba esa tarde.
-¿Sí? –lo cogí, sin mirar la pantalla como siempre hacía cuando ya había sonado demasiado y no sabía si el que me llamaba esperaría o colgaría sin más. No oí nada, así que aparté el móvil de mi oreja y miré el número. Era Mario. Se me pusieron los pelos de punta. Pensé en que había vuelto a ser una maleducada, así que, cabizbaja, me di media vuelta hacia el Starbucks decidida a entrar cuando llegase, pero, mientras miraba al suelo, me topé con alguien a quien no conocía pero su cara me resultaba bastante familiar.
-Encantado –me dijo, mientras colgaba el móvil en el que aparecía mi nombre y lo guardaba en uno de los bolsillos de su pantalón–. He visto que no entrabas, que estabas indecisa, pero sé que quieres tu marca páginas, ¿no? –yo estaba aún asimilándolo todo, todavía llevaba las gafas de sol y ni si quiera así me atrevía a mirarle directamente a la cara, por lo que deambulaba entre la plaza llena de gente y palomas cuando no estaba mirando sus pintas. Vestía bien, llevaba vaqueros, zapatos bastante monos y una camiseta blanca de manga corta de un grupo de música que no conocía. Era moreno de piel, con el pelo un poco rizado, ojos claros, pero no azules, y medía más o menos igual que yo con tacones.
-Em… sí, gracias –sonreí–. Dos besos, ¿no? –y me acerqué para dárselos, pero no se movió, por lo que la situación se volvió más embarazosa de lo que ya era para mí, así que me aparté y lo vi parpadear– ¿Pasa algo? –puse una cara seria.
-No, lo siento, estaba embobado en mis cosas y… sí, dos besos –sonrió y se acercó, dándome dos besos, uno en cada mejilla–. ¿Pasamos? –dijo aún con la sonrisa en la cara, señalando a la cafetería.
  Asentí sin decir ni una palabra, y le seguí hasta una mesa rodeada de sofás, donde estuvimos charlando durante más de dos horas. Cuando vi el reloj, me disculpé, le di dos besos y las gracias, y me marché por la puerta. Llegué a casa, me quité los tacones y me tumbé, otra vez, en el sofá, descansando un poco. Marta había salido, y me había dejado una nota diciendo que no vendría hasta el domingo por la tarde, que se iba a casa de su novio o no sé qué. No le presté mucha importancia, ya me lo contaría detalladamente cuando volviese. Y cuando estaba a punto de encender la tele y poner la MTV, sonó otra vez mi móvil.
-Elena, ¿en qué piso vives? –era Mario.
-En el segundo derecha, ¿por qué lo dices? –le acababa de dar mi piso a un completo desconocido, pero no sabía el portal, por lo que me quedé más tranquila al ver que no podía subir a casa y que no la había cagado del todo. Me colgó, y sonó el telefonillo.

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